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Actualizado: 24 de julio de 2025
No pondría sitio. Enviaría un parlamentario al enemigo para hacerle salir de la plaza. Si el enemigo caía en el lazo, si pasaba el río de la Prudencia y se ponía bajo los fuegos del desfiladero de la Audacia... En el capítulo siguiente veréis, ¡oh amados feligreses!, lo que pasó. Capítulo XIII ¡Cursilona!
19 Por esto, hermanos míos amados, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; 20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. 21 Por lo cual, dejando toda inmundicia, y restos de malicia, recibid con mansedumbre la Palabra ingerida en vosotros, la cual puede hacer salvas vuestras almas.
Al atravesar por esos campos he visto, delante de mi linda quinta, una mujer limpiamente vestida y, antes de que hubiese podido distinguir sus facciones, se ha arrojado en mis brazos y ha regado mis mejillas con sus lágrimas. «¿No me reconoce usted? me ha dicho al verme vacilar ; soy yo, soy aquella a quien la desesperación había impulsado al suicidio y que usted salvó con peligro de su vida; soy yo, a quien usted ha colmado de beneficios, a quien usted ha arrancado a la miseria, a quien usted ha devuelto la dicha; es a usted a quien debo la vida, y mi esposo querido, y mis hijos amados, y quiero...» Ella quería que viese a sus hijos. «Basta, basta le he dicho, oprimiendo su mano contra mi corazón . Usted no sabe si soy bastante fuerte para resistir todo eso.» «¿Y aquella señora joven? ha añadido misteriosamente ; que el cielo os sea propicio a los dos! ¡Tan hermosa y con un alma tan grande! ¡Oh! ¡Con cuántas alegrías debe embellecer ahora su existencia!» A estas palabras yo he vuelto el rostro, estremeciéndome de dolor y de indignación; y ella ha creído... «¡Sí, muerta, muerta, perdida para siempre!», y la he abandonado al error de sus lamentaciones.
No hemos hablado de nada, puede decirse, pero su sola presencia y su ternura expresaban muchísimo; he llorado mucho; todas aquellas personas, todos aquellos objetos que amaron o fueron amados por mis hijos, despiertan en mi corazón recuerdos de tristeza. ¡Triste de mí!... esta época tan lúgubre de mi vida la lloraré siempre, ¿no habrá para mí consuelo? creo que sí; y hasta tengo la certeza absoluta de volver a ver a los seres queridos que murieron para este mundo. ¡Qué dicha la de poseer una fe como la mía!
1 Así que, amados, pues teniendo tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios. 2 Admitidnos: a nadie hemos injuriado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado. 4 Mucho atrevimiento tengo para con vosotros, mucho me glorío de vosotros; lleno estoy de consolación, sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones.
58 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano. 1 En cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las Iglesias de Galacia. 3 Y cuando hubiere llegado, los que aprobareis por cartas, a éstos enviaré que lleven vuestro donativo a Jerusalén.
Amamos, queremos ser amados, caemos a los pies de una mujer, y le ofrecemos el corazón, la vida, el alma, y luego, cuando somos correspondidos, cuando la dicha y la felicidad nos sonríen, olvidamos nuestras promesas más sinceras, nuestros juramentos más sagrados.
¡Sueño, sueño y sueño! Han pasado dos meses, y creo a veces soñar aún. ¿Fuí yo o no, por Dios bendito, aquél a quien se le tendió la mano, y el brazo desnudo hasta el codo, cuando la fiebre tornaba hostiles aún los rostros bien amados de la casa? ¿Fuí yo o no el que apaciguó en sus ojos, durante minutos inmensos de eternidad, la mirada mareada de amor de mi María Elvira? Si, fuí yo.
Los ricos hombres y caballeros ocupados en funestas parcialidades ó en correrías por las fronteras de los enemigos de la fé, gastaban sus rentas en las cabalgadas, y solo cuando era preciso dar honrosa sepultura á los amados restos del padre, del hijo ó de la esposa, y asegurar á sus almas los sufragios de la iglesia y de los fieles, se acordaban de construir capillas y de fundar en ellas capellanías; lo que se verificaba casi siempre con la economía que reclamaba su capital ocupacion, la guerra.
Art. 2.º No pudiendo concebir la Junta Suprema de Castel-o-Branco el abuso de las luces introducido en estos reinos de algún tiempo a esta parte, suprime y da por nulas todas iluminaciones encendidas y por encender, en atención a que sólo sirven para deslumbrar las más veces a sus amados vasallos, y manda que no se solemnice ninguna victoria, aunque la llegara a lograr algún día casualmente, con esa especie de regocijo, en que nadie se divierte sino los cosecheros de aceite.
Palabra del Dia
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