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Actualizado: 21 de julio de 2025
Y mientras duraba el almuerzo, unos indios, descalzos y en sus trajes de lona, puestos en tierra sus sombreros de palma, tocaban, bajo otro paradorcillo más lejano, dispuesto para ellos, unos aires muy suaves de música de cuerda, que blandamente templada por el aire matinal y la enredadera espesa, llegaba a nuestros alegres caminantes como una caricia. Adela solo reía forzadamente.
Al contrario, su mujer tenía buen cuidado de recordarle la hora, ponerle el almuerzo y la ropa a punto para que no se retrasase. Pero aquella bendita afición a modelar el barro enajenaba sus sentidos. Cuando tenía entre manos una obra que le agradase, o no iba al ministerio, o iba tarde.
Si no había criado, ella lo hacía, y arreglaba los cuartos y tendía la mesa; una vez, se despidió a la cocinera, y como el servicio anda así, como Dios quiere, Susana tuvo que ir a la cocina y preparó un almuerzo que daba gloria. ¡Esta Susanita decía el padre, es tan buena! si ella faltara, no sé qué sería de la casa.
Ella, por su parte le correspondía con un desdén tan efectivo, tan manifiesto, que era capaz de encender la ira del hombre más paciente. Antes de sentarse a la mesa llegaron los niños, un chico de nueve años y otra niña de seis. El criado comenzó a servir el almuerzo y la doncella se colocó detrás de los niños para su cuidado.
La caprichosa ilusión, que agranda las cosas cuando las perdemos y nos las hace amar con nuevos amores, borrando los recuerdos ingratos. Después del almuerzo, Maltrana desapareció con aire misterioso. Había hablado a su amigo de cierta expedición a la parte más interesante del buque: una visita que muy pocos conseguían hacer.
Después del almuerzo, se calza sus botas de caña, alisa su sombrero de copa y se va muy despacio hasta la calle de los Capellistas, al escritorio en planta baja del corredor Godinho, donde pasa dos horas sentado junto a la ventana, con las velludas manos apoyadas en el puño del quitasol.
Mi tío había señalado para mi partida el 10 de Agosto; estábamos a 8 y pasé esos dos días con el cura, cuya bondadosa fisonomía se demudaba de hora en hora ante la idea de nuestra separación. El martes por la mañana, hizome preparar un buen almuerzo, y nos instalamos por última vez, el uno frente al otro, con intención de reponer fuerzas.
Momentos antes de terminar el almuerzo llegó Ricardo que, al encontrarse con Melchor; lo abrazó efusivamente: ¡Que los cumplas muy felices! ¿Cómo te fue?... ¡Perfectamente!... ¿No te dije?... ...hasta donde es posible agregó Ricardo tomando asiento donde no había cabido el hermano de las rubias.
Desengaño; sorda cólera al ver que la realidad era muy distinta de la ilusión; seguramente olvido. «No, novio mío... no.» Después del almuerzo, Fernando no quiso buscarla. En vano pasó Mina repetidas veces ante una ventana del jardín de invierno junto a la cual tomaban café Ojeda y su amigo. Mostraba él un visible deseo de no reparar en los paseantes.
Empeñose en que había de almorzar con él, y no pude resistir a sus instancias; un mal almuerzo mal servido reclamaba indispensablemente algún nuevo achaque, y no tardó mucho en decirme: Amigo, en este país no se puede dar un almuerzo a nadie; hay que recurrir a los platos comunes y al chocolate.
Palabra del Dia
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