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Actualizado: 21 de julio de 2025


Refiriéndose solamente a las circunstancias exteriores de la catástrofe, contaban todos que el Príncipe había vuelto a la villa dos días antes, después de una ausencia de algunas semanas; que la señora se había levantado esa mañana más temprano que de costumbre y había permanecido como una hora en el terrado, mientras su compañero trabajaba en el escritorio, con una dama que había llegado como a las nueve; que antes del almuerzo la Condesa había enviado a la ciudad, con unos encargos, a Julia, la doncella italiana que tenía desde hacía largo tiempo; que, cuando ya iba el almuerzo a ser servido, el disparo había hecho estremecer a todos: que del segundo piso, donde estaban las habitaciones de los patrones, se había lanzado el Príncipe al piso bajo como un loco, pidiendo que se llamara a un médico, y que todos habían subido precipitadamente al cuarto de la Condesa, donde la extranjera, después de intentar en vano socorrer a aquélla, había tratado, igualmente en vano, consolar al desesperado Príncipe.

Ya, más tarde, durante el almuerzo, en medio de los convidados, a la vista de D. Acisclo y del P. Enrique, y después de haberse serenado y repuesto de la primera emoción, doña Luz habló a D. Jaime con reposo; le halló dispuesto a todo, y como ella no tenía padre ni madre a quien consultar, ni él tampoco los tenía, ambos determinaron casarse sin ruido ni aparato, y lo más pronto posible.

Ello fue que un día de fiesta, no pudiendo don Luis ir a buscarla, envió con el carruaje a una parienta, quien a la hora del almuerzo volvió sola, refiriendo que la buena madre había dicho que mademoiselle Paz no salía.

De solo oler la carne y ver la sangre de ella y la grasa en el plato de sus amigos, le parecía que se trastornaba. Su almuerzo fue un café con media tostada de abajo... y otra media de arriba.

Terminado el almuerzo, se dispuso la siesta bajo la caliginosidad creciente de un día de fuego y poco después de las 4 la caravana continuó su marcha en línea recta, a la «Celia». Durante esta jornada se habló de Anastasio especialmente, pues habían quedado Lorenzo y Ricardo impresionados con él.

A aquella hora avanzada del día estaba siempre de mejor humor del que le vimos en el almuerzo, y se sentía muy satisfecho al cumplir con el deber, hereditario en su familia, de mostrarse protector ruidoso y jovial.

Mi mujer nos aguarda para almorzar... ¡Oh!... Un almuerzo sencillo, después del cual podrás irte a descansar... Te advierto, querido, que esta tarde te será preciso sufrir una pequeña molestia... En honor tuyo, hemos invitado a algunas personas a comer. ¡Diablo! murmura Delaberge visiblemente contrariado. No esperaba eso...

Que está admirable esta salsa. Don Germán sonrió y Tristán bajó de nuevo la cabeza persistiendo en su silencio desconsiderado. En cuanto terminó el almuerzo se encerró en su despacho. Allí vino a llamar no mucho tiempo después García, que traía igualmente un número de El Universal en la mano.

Así está el país que es un dolor... todo tan perdido... ¡Hay más miseria...!, y las patatas a seis reales arroba, cosa que no se ha visto nunca». Púsose la viuda en movimiento con aquella actividad valerosa que le había proporcionado tantos éxitos en su vida, y Fortunata y Papitos quedaron encargadas de hacer el almuerzo.

A pesar de mi resistencia á todos los asaltos del mozo, me cogió un par de francos con una chuchería, más uno de propina por las reverencias que nos hizo. El almuerzo nos cuesta cerca de tres duros, y si me hago de miel, no baja un ochavo de tres onzas.

Palabra del Dia

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