United States or Montserrat ? Vote for the TOP Country of the Week !


¿Y qué más queréis? dijo con voz chillona, con impaciencia Montiño, viendo que el bufón con la botella bajo un brazo, la escudilla en una mano y la caperuza en otra, no se movía. Quiero que me acompañéis. Yo he almorzado ya. Que me acompañéis mientras almuerzo yo. No puedo; tengo que hacer un platillo de filetes de ternera sobreasados por mi propia mano...

Hemos almorzado en una fonda de la Plaza por trece francos, visitamos las fuentes, las más ricas del mundo en juegos de aguas, oimos la música militar cerca del estanque que está en último término, nos sentamos haciendo parte de la sociedad elegantísima que inunda esta esplanada; Vernet me llama y me reconcilia con ella; volvimos luego, tomamos el ómnibus, ya divisamos las torres de Paris: á las seis de la tarde nos apeamos enfrente del palacio de la Industria.

Hablaban con mayor interés y abundancia de corazón de lo que habían almorzado aquel día, ó de la comida del anterior, ó de la que harían el siguiente, que del naufragio de hace cuarenta ó cincuenta años, y de todas las maravillas del mundo que habían visto con sus ojos juveniles.

¿Pero qué otra ni qué diablo es ese? ¡Ea, venid conmigo, que recuerdo que aquí, en la calle del Arenal, hay una hostería! Montiño se dejó conducir. Hostería del Ciervo Azul, leyó Quevedo en una muestra sobre una puerta. Pues señor, aquí es; yo no he almorzado más que un tantico de pichón, y no me vendrá mal una empanada de perdiz. Y empujó adentro á Montiño.

Despues de veinte minutos de marcha forzada, nos vemos en la calle de la Grand'Batelière. Hácia el comedio de la calle, encontramos un restaurant de mediano coturno, y allí hemos almorzado, no muy bien, por seis francos y algunos sueldos de propina. Volvimos á caminar á la aventura, y ya cansados, cerca del pasaje de Jouffroi, tomamos un bienhechor fiacre. ¿ allons-nous? ¿Á dónde vamos?

Dos brazos se arrollaron a su cuello, al mismo tiempo que asaltaba su olfato un fuerte hedor de vino. ¡Cachondo!... ¡Gracioso! ¡Vivan los mozos valientes! Era un señor de buen aspecto, un burgués que había almorzado con sus amigos y huía de la risueña vigilancia de éstos, que le observaban a pocos pasos de distancia.

Pero siempre es una felicidad. Yo quisiera padecer. ¿Cómo, no padecéis? Padezco, el que no padezco; pero dadme licencia, veo á vuestros criados que adelantan con la mesa. Y traen dos servicios. ¿No habéis almorzado vos? No por cierto. Habéis hecho mal; con el estómago frío, la cabeza está débil y vaga y se pierde.

¿A dónde vamos? dijo el padre, cogiendo el brazo del muchacho; ayer no has comido en casa, y hoy no has almorzado. Y eso que tu padre estaba enfermo. Cualquiera diría que me huyes... Ven acá, que tenemos que hablar. Le obligó a entrar en el coche, y partieron. Nos hemos lucido pensó el chico, ahora me mata, , señor, y aquí no tengo escape. ¿Qué excusas voy a darle?

Este dejó en el suelo las carteras y el claque, que no se cerraba nunca, y cayó sobre las chuletas como un tigre... Entre los mascullones salían de su boca palabras y frases desordenadas: «Agradecidísimo... Francamente, habría sido falta de educación desairar... No es que tenga apetito, naturalmente... He almorzado fuerte... ¿pero cómo desairar? Agradecidísimo...».

Por supuesto, él no se dignaba sentarse a la mesa: abajo, en la portería, recibía su buena ración y se iba tan contento. Y hoy, ¿dónde has almorzado? preguntó Susana con timidez. ¡Ah! ¡Nanita, qué picarona! ¿De modo que las santas se permiten también ser maliciosas? Pues hoy almorcé... allá. ¿Dónde... allá? Pues, en casa de la tía Silda. ¡Ah! hizo Susana. ¡Qué enferma había estado la tía Silda!