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Actualizado: 13 de junio de 2025


Juan Montiño había dado aquella bofetada. Don Bernardino la había recibido. Juan Montiño era el que había arrojado. Don Bernardino el que había caído. Este era el estruendo que había distraído de su chismografía política al alférez de la guardia española Ginés Saltillo y á sus oyentes. Montiño se había vuelto con suma tranquilidad á su bastidor.

Antes de salir se volvió hacia Enrique, que aún continuaba sentado, y le dijo severamente: ¿Por qué te has dejado esas ridículas patillas de torero? Me estorbaba la barba contestó el alférez humildemente, un poco ruborizado.

Se cree dijo el alférez que Lerma se haya puesto del lado de la reina. ¡Bah! eso no puede ser dijo uno. La reina odia al duque añadió otro. Creo más fácil que la Mari Díaz deje de ser envidiosa dijo un tercero. Prueba al canto contestó el alférez. Veamos. El confesor del rey, fray Luis de Aliaga, es á todas luces del partido de la reina. Indudablemente.

Don Bernardino de Cáceres y su padrino. Creo que podemos empezar cuanto antes dijo don Bernardino desnudando la espada y tomando la linterna de mano de su padrino. Por nosotros no hay inconveniente dijo el alférez, dando su linterna á Juan Montiño . Pero antes de empezar debo advertiros una cosa, amigo Velludo. ¿Qué? Nosotros no reñiremos. La costumbre es que los padrinos riñan.

Cierto; pero yo no soy padrino del señor Juan Montiño, sino su amigo, que viene á ver lo que va á pasar aquí para contarlo después á todo el mundo, si es que este hidalgo lleva á cabo lo que se ha propuesto. ¿Y qué se ha propuesto este hidalgo? dijo con desprecio don Bernardino. Se ha propuesto dijo el alférez daros á los dos una vuelta.

A las cinco de la tarde llegó el chasque que se esperaba, con las cartas de nuestro Capitan General, en las que ordenaba se incorporase la compañía de la frontera del Salto á dicho cuerpo. Dia 3. A las ocho de la mañana llegó el Sargento Mayor D. Pascual Martinez con 66 hombres, y en su compañía venia la de dicha frontera del Salto, mandada por su alferez.

Mariquita León es laboriosa, activa, despejada, y posee los bríos y la entereza convenientes para gobernar bien su casa y su hacienda y para hacerse respetar y temer de sus enemigos. Y no por eso tiene Mariquita nada de sargentón, de marimacho o de monja alférez.

Por lo pronto exclamó el alférez , ha acabado de maravillarme nuestro nuevo amigo, ¿sabéis que hace cosas que no las creyera si no las viese? ¡Ira de Dios y qué modo de tener la punta de la espada en todas partes, y de tener siempre las paradas donde hacía falta! ¡y cortas, vive Dios! ¡paradas de valiente! Es mucho mozo. Pero esta chica es mejor moza. ¡Ah! ¡os gusta á vos también, señor Velludo!

Aunque mejor fuera poder sacar de esta aldea seis o cuatro buenos arcabuceros, la gente cristiana de ella es tan poco belicosa, que sólo el Boticario es quien maneja cosa de guerra, y eso son las espátulas; pero vuestros dos criados parecen gente de punta; a ella agregaremos ese muchacho, Mercado, que más talle tiene de paje ahora y luego de alférez, que no de andar entre badajos y candelillas, y con estos tres y nosotros dos bien podemos desafiar a veinte.

Ahora... y el alférez se retorció el otro mostacho y dió una entonación singular á su voz si encontráis en impertinencia... es distinto, caballero... decídmelo para que yo sepa á lo que debo atenerme, y obrar como obrar deba.

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