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Actualizado: 2 de junio de 2025


Y añadió melancólicamente: No estaría yo aquí si viviese el marqués de San Dionisio, aquel señó tan resalao que jué el padrino de mi pobresito José María. Y señalaba a Alcaparrón, que abandonó su cuchara para erguirse con cierto orgullo al oír el nombre de su padrino, el cual, según afirmaba Zarandilla, había sido algo más para él.

Alcaparrón sentía cierto orgullo al marchar con aquel personaje del que tanto hablaba la gente. Habían salido a la carretera. Sobre su faja blanca destacábase la silueta del carro, que iba esparciendo en el silencio de la noche el cascabeleo lento de la caballería y los gemidos de los que marchaban a la zaga.

Alcaparrón cesó de gemir. Diga usté, señó, ya que tanto sabe. ¿Cree su mersé que golveré alguna vez a ver a mi prima?... Necesitaba saberlo, le dolía la angustia de la duda, y deteniendo su paso, miraba suplicante a Salvatierra con sus ojos orientales, que brillaban en la penumbra con reflejos de nácar.

Y sonreía a Alcaparrón y sus hermanos, que se sentaban en el suelo en semicírculo sin decirla nada, mirándola con ojos interrogantes, como si quisieran atrapar a la fugitiva salud. Su tía, todas las tardes al volver, lo primero que preguntaba era si había arrojado aquello, aguardando que expeliera por la boca la pudredumbre, la mala sangre que el susto había acumulado en su pecho.

Otro idem, de agua de azahar con 16 azumbres. 2 docenas de jamones que pesaron 196 libras. 13 arrobas de aceite de Ecija. 60 almudes de aceitunas negras. 16 barriles de alcaparras. 12 idem, de alcaparrón. 7 docenas de chorizos. 5 cajas de conservas á 7 libras cada vna. 12 barriles de aceitunas açofayrada. 12 idem. de aceituna gordal. 12 quesos de Lantejo. 500 limones grandes. 1.000 naranjas dulces muy grandes. 1.500 limones Poncies agrios y dulces. 1 carga de vino de regalo para el viaje. 6 capones fiambres. 4 piernas de carnero. 2 jamones.

Otros, que conocían a Alcaparrón por sus truhanerías, rieron al saber que la enferma era de su familia. Y todos, olvidando a la gitana, volvieron a comentar la graciosa ocurrencia de Dupont el loco, acosando con nuevas preguntas a Rafael, para saber qué hacía la Marquesita mientras su amante soltaba el novillo, y si ésta había corrido mucho.

Y Alcaparrón reía irónicamente de la simpleza de los gachés, de toda la gente que domina el mundo y oprime a los pobres gitanos, recordando ciertos prospectos y periódicos que había visto con el retrato de su respetable tío, luciendo sus patillas de boca de jacha, y su cara de ladrón, bajo un sombrero de catite como un campanario y rodeado de columnas impresas en lengua extraña, en las que se hablaba de mademoiselles las Alcaparronas y se celebraba su gracia y hermosura, repitiendo, cada seis renglones ¡ollé! ¡ollé!... ¡Y su tío, para mayor solemnidad, se titulaba el capitán Alcaparrón! ¿Capitán de qué?... Y sus primas, las mademoiselles, se hacían robar por señorones que le tenían miedo al padre, le terrible hidalgo, que tantas veces había rasgueado filosóficamente la guitarra en los colmados, mientras las niñas se ocultaban con los señoritos en los cuartos más lejanos. ¡Josú, qué guasa!...

Lo anunciaba Alcaparrón con sus lloriqueos a todos los del cortijo, sin hacer caso de las protestas de su madre. ¡Qué sabes , bobo!... A otros, peor que ella, los sacó alante mi comare... Pero el gitano, despreciando la fe de la señora Alcaparrona en la sabiduría de su comadre, presentía la muerte de la prima con la clarividencia del cariño.

Rafael se detuvo en la narración de sus proezas hípicas, viendo la sombra de una persona en el cuadro de la puerta, sobre el fondo de luz violácea del crepúsculo. ¡Ah! ¿eres ? dijo riendo. Pasa, Alcaparrón, no tengas miedo. Entró un mozo de escasa estatura, avanzando cautelosamente, de medio lado, como si temiera rozar la pared.

¡Jozé María! gimió la vieja. ¡Que se muere!... ¡Que se me quea entre las manos! ¡Hijo mío! Y Alcaparrón, en vez de acudir al llamamiento de su madre, salió corriendo como un loco. Había visto pasar a un hombre, una hora antes, por el camino de Jerez con dirección al ventorro del Grajo. Era él, el ser extraordinario del que todos los pobres hablaban con respeto.

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