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Actualizado: 1 de junio de 2025


Y alcé mis ojos camino del aquilón, y he aquí al aquilón, junto a la puerta del altar, la imagen del celo en la entrada. 6 Y me dijo: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la Casa de Israel hace aquí, para alejarme de mi Santuario? Mas vuélvete aún, y verás abominaciones mayores. 8 Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared.

En aquel momento mi corazon se apretó dolorosamente; un suspiro profundo me arrancó de mi contemplacion detras de los timoneros del vapor, y sentí que una lágrima ardiente me quemaba la cara.... Esa era mi despedida, mi silenciosa invocacion á la patria. Alcé los ojos al cielo, y que el pabellon británico flotaba sobre mi cabeza.

Así que con disimulo alcé un si es no es el visillo, apliqué el ojo, y cuando la señora se inclinó para tomar el vaso de agua quedé asustado viendo que era Elenita. ¿Cómo? ¿Qué está usted diciendo? ¿Mi cuñada Elena? La misma, Tristanito, la misma. ¡No puede ser! Le digo que la he visto tan bien como le estoy viendo a usted ahora. ¿Y no pudo usted haberse equivocado? ¿Que fuese una mujer parecida?

Por mi parte, yo había esperado encontrar dentro de esa bolsa-tesoro de gamuza algo de más valor que esos pedazos de cartón duro, manoseados y bastante gastados, pero nuestra curiosidad se despertó instantáneamente cuando me agaché, alcé una de ellas y descubrí ciertas letras escritas con tinta obscura medio borrada, similares a las que había en la carta que tenía ya en mi poder.

Como usted lo oye, querida... Tiene una rosa, otro negro y otro encarnado... El que usted ve es el encarnado... Es indigno de una joven... Alcé los ojos para contemplar a mi vez el famoso sombrero indigno, y me vi en la sombra de la capilla el perfil de Francisca Dumais debajo del sombrero incriminado. ¡Pobre Francisca! Era de ella de quien hablaban...

Todavía esperaremos más de un cuarto de hora repuso el hombre reflejando disgusto en su fisonomía. Yo me encogí de hombros con indiferencia, y alcé los ojos al cielo, quiero decir, a la rubia. ¡Oh, conozco bien a esos señores! prosiguió. ¡No me darán chasco, no!... Dicen que a las siete y media saldrá el primero pa el campo... Pues ya verá V. cómo han de ser las ocho menos cuarto bien largas...

Alcé la cabeza y miréla muy de espacio; lo cual, visto por ella, con lágrimas en los ojos se vino a , y me echó los brazos al cuello. Esto que ahora te quiero contar te lo había de haber dicho al principio de mi cuento, y así excusáramos la admiración que nos causó el vernos con habla.

Alcé la vista y vi como a cuatro o cinco varas de distancia, a mi derecha, el negro costado del navío, próximo a hundirse; por los portalones a que aún no había llegado el agua, salía una débil claridad, la de la lámpara encendida al anochecer, y que aún velaba, guardián incansable, sobre los restos del buque abandonado.

El eco sonó en el alma; Que si es la cara la puerta, 240 Han respondido los ojos, Viendo que llaman en ella. Alcé el báculo... Dijeron Que lo alcancé... no lo creas; Que mienten á el afrentado, 245 Pensando que le consuelan.

Periquito, ¿te gusto?... ¿Que alce la careta?... ¿Para qué lo necesitas? no te enamoras de las caras y haces bien. ¡Teniendo de aquí... y de aquí! ¿Eh? Adiós, adiós, Periquito. Hola, Delaunay... Hola, monsieur. ¿Cómo va ese tranvía aéreo? ¡Qué cosas se te ocurren! ¡Qué gran cabeza tienes! ¡Lástima que seas tan desgraciado! Dicen que no eres hombre práctico.

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