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A la vuelta de mi viaje, cuando perdía de vista por las noches la Cruz del Sur y comenzaba a divisar la Estrella Polar y las dos Osas, me sentía tranquilo. Al acercarnos a Europa, al oír las sirenas de los vapores dando sus largos alaridos, experimentaba una alegría infinita. Si tenía ocasión propicia, al llegar a Burdeos tomaba un vapor, aunque no fuese mas que para pasar un día en Lúzaro.

Trataron de acercárseles con sus hachas de piedra en la mano y dando saltos como monos; pero Van-Stael no les dejó tiempo para que llegaran hasta ellos. Una lluvia de balines cayó sobre aquel grupo de hombres. No hacía falta más para ponerles en fuga. Todos huyeron a la desesperada en dirección al bosque, dando alaridos. ¿Me equivocaba? preguntó el Capitán. No, tío dijo Cornelio.

Los alaridos de la niña subieron hasta el piso segundo. La esposa del maestrante estaba frente al espejo, arreglándose provisionalmente el pelo. Se detuvo. Un estremecimiento singular corrió por su carne, cierta emoción indefinible y vaga, semejante a un cosquilleo, que no podría decir con seguridad si era de placer o de dolor.

Momaren quedó mudo, pues el hecho le parecía tan inaudito, que no encontraba palabras. Los invitados prorrumpieron en alaridos de indignación: ¡Insolente animalucho!... ¡Qué atrevimiento el suyo!... ¡Venir á perturbar con sus patas inmundas una fiesta de alta intelectualidad!...

Pep dormitaba en su silla baja, vencido por el cansancio, y su mujer lanzaba sordos alaridos de terror cada vez que un trueno fuerte conmovía la casa, intercalando en sus gemidos fragmentos de oraciones, murmuradas en castellano para mayor eficacia. «Santa Bárbera bendita, que en el sielo estás escrita...» Margalida, insensible a las miradas de sus pretendientes, parecía próxima a dormirse en su asiento.

El escribano, con la misma cara de risa, le dijo: Eh, tonto, no grites: ya te las volveremos. Cuando terminaron y se prepararon a marchar, los alaridos del chico fueron terribles. Los curiosos allí congregados trataban de consolarle en vano. Según pasaban por delante de sus ojos las vacas, llamábalas a gritos por sus nombres.

Le dirigí algunas preguntas acerca del capitán; me contestó con monosílabos, y, en vista de que no manifestaba muchas ganas de hablar, enmudecí. El caballo tomó un trotecillo no muy cómodo, y por la carretera, húmeda, llegamos en una hora a la playa de las Ánimas. El viento silbaba y gemía con alaridos violentos; el mar bramaba en la playa y la resaca debía de ser furiosa.

La plaza no podía contener mayor número de gente, y se escuchaba sin cesar el vocerío de los curiosos que pujaban y reñían a la entrada de las callejuelas. Del Arco de la Sangre llegaban alaridos y maldiciones, y la muchedumbre se agitaba hacia aquella parte, como el agua de los torrentes al entrar en los lagos.

«Clamaban dice el manuscrito del conde del Aguila los alaridos de la gente porque la mujer era hermosa: cuatro de los religiosos se abrazaron con el marido sin dejarle menear y ayudados de otros y diciendo á grandes voces: Ya ha perdonado echaron abajo á la mujer, que dió un salto por la escalera como una gata, y sin cesar las voces de Ya ha perdonado fué notable el alarido y contento de todos, y se la llevaron en volandas á San Francisco.

Y al fin pudo adivinar el francés que su suegro, al hablar de seriedad, aludía á la entereza de carácter. Según declaración espontánea de Madariaga, desde los primeros días que trató á Desnoyers pudo adivinar un genio igual al suyo, tal vez más duro y firme, pero sin alaridos ni excentricidades.