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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Callaron todos, y dijo en alta voz, con acción bizarra y airoso ademán, desta suerte : SONETO Aquel que, más allá de hombre, vestido De sus propios augustos esplendores, Al sol por virrey tiene, y en mayores Climas su nombre estrecha esclarecido, Aquel que, sobre un céfiro nacido, Entre los ciudadanos moradores Del Betis, a quien más que pació flores Plumas para ser pájaro ha bebido,
En el patio mismo se probó la levita; le hicieron dar con ella cuatro o cinco paseos, y ambas mujeres encontraron que con la levita estaba don Paco muy airoso; y eso que no se veía todo el efecto, porque no había traído la gabina, sino el hongo, como de costumbre, y la levita y el hongo no armonizan bien.
Suavemente caía el cabello sobre la espalda; el color de su rostro al mismo mármol semejaba, y no ha existido cuello de cisne más blanco, airoso y suave que el suyo ni seno como aquél, en que parecían haberse dado cita todos los deleites.
Si nos hacemos ahora cargo de una de las condiciones más esenciales del arte dramático, que es la pintura de caracteres, confesaremos también en esta parte la rara maestría de Lope. Sabemos cuán arriesgadas son las preocupaciones, con que hay que luchar, para salir airoso en este punto.
No se mostró todo lo suelto y airoso que fuera de desear, por lo cual tuvo que escuchar algunas carcajadas reprimidas; pero las llevó con paciencia, y a los pocos minutos ya no se fijaba en él nadie... nadie más que Maximina, que le decía en voz baja: «Levante V. más los brazos.» «No salte V. tanto.» Consejos todos muy oportunos, que el joven iba siguiendo al pie de la letra.
Don Jaime, aunque disfrutaba de las preeminencias y honores que correspondían a su elevada posición, no hacía, sin embargo, un papel muy airoso. Sobre su frente pesaba un estigma fatal, que le había hecho padecer mucho hasta que se fué acostumbrando.
Y de este modo han sabido unir a la utilidad la belleza, puesto que su caza es un deporte airoso. Ron vive en una confortable casa; tiene catorce centímetros de larga y seis de ancha. Son de cartón sus muros, es de cristal su techumbre. El interior es blanco. Y en la blancura, Ron va y viene gallardo y se destaca intenso.
Veinte abriles muy galanos; cutis de ese gracioso moreno aterciopelado que tanta fama dió a las limeñas, antes de que cundiese la maldita moda de adobarse el rostro con menjurjes, y de andar a la rebatiña y como albañil en pared con los polvos de rosa arroz; ojos más negros que noche de trapisonda y velados por rizadas pestañas; boca incitante, como un azucarillo amerengado; cuerpo airoso, si los hubo, y un pie que daba pie para despertar en el prójimo tentación de besarlo; tal era, en el año de gracia de 1776, Benedicta Salazar.
La que tiene buen pelo lo peina con esmero y gracia, que para eso se lo dio Dios; la que presume de talle airoso se pone chaqueta ajustada; la que sabe que es blanca se adorna con una toquilla celeste. Por derecho propio, Amparo pertenecía a aquel taller privilegiado.
Le tenía a su lado allá en un ángulo de la gran sala de conversación, y desplegaba uno tras otro, con arte infinito, todos los recursos de su coquetería para conquistarle. Esta era la manía de la graciosa morena. No podía cualquiera de sus amigas tener un galán sin que al momento no se le antojase arrancárselo. Importaba poco que fuese guapo o feo, airoso o encogido.
Palabra del Dia
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