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Actualizado: 29 de julio de 2025
En Lisboa fue donde se aristocratizó, se encumbró, y con el trato de los janotas, acabó por asearse, pulirse, adobarse y llegar en el esmero con que cuidaba su persona hasta el refinamiento más exquisito. El desaliño y la suciedad de los sujetos que andaban cerca de ella, como ella era tan pulcra, le causaban repugnancia.
Veinte abriles muy galanos; cutis de ese gracioso moreno aterciopelado que tanta fama dió a las limeñas, antes de que cundiese la maldita moda de adobarse el rostro con menjurjes, y de andar a la rebatiña y como albañil en pared con los polvos de rosa arroz; ojos más negros que noche de trapisonda y velados por rizadas pestañas; boca incitante, como un azucarillo amerengado; cuerpo airoso, si los hubo, y un pie que daba pie para despertar en el prójimo tentación de besarlo; tal era, en el año de gracia de 1776, Benedicta Salazar.
Pasaba inmediatamente á adobarse el rostro, operación verificada tan hábil y discretamente, que no conociera la verdad de su mentira ni el mismo don Gil, que era la persona que más se acercaba á ella durante el día. A veces solía usar cierto pincelito; pero esto no era más que en los días clásicos, y no hacemos alto en ello por ahora.
Palabra del Dia
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