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Anoche... ¡pasaron tantas cosas...! el padre Aliaga estuvo en audiencia particular con sus majestades... don Francisco de Quevedo anduvo enredando por el alcázar... ¡Ah! no enredará más. He dado orden de prenderle y en cuanto me avisen de haberle preso, le envío bien asegurado al alcázar de Segovia.

¡Ah! ¡ah! esto es grave, gravísimo... dijo el rey ese don Rodrigo es demasiado voluntarioso y bien poco mirado... ¡atreverse á una dama tal como doña Clara, á quien sabe que tienen sus reyes en gran estimación y poco menos que como á una hija! ¡Una dama á quien ha dejado en nuestra servidumbre un buen caballero, que derrama su sangre en nuestro servicio, seguro de que la reina será para ella una madre... seguro de que bajo el amparo de la reina estará á cubierto de asechanzas!

Quiso hablar y no pudo... La voz le hacía gargarismos. «... quererte a ti añadió ella . No por qué lo dudas. ¡Ah!, no me conoces... no sabes de lo que soy capaz... déjate de tiologías... ¡El amor! Yo te enseñaré lo que es... No lo sabes, tontín... ¡la cosa más rica...!».

¡Ah, comediante!... ¡Ah, historiero!... Eres igual á tu padrino. Decía esto con una sonrisa ambigua en la que entraban igualmente su menosprecio por los idealismos inútiles y su respeto á los artistas; un respeto semejante á la veneración que sienten los árabes por los locos, viendo en su demencia un regalo de Dios.

¡Ah, pesia tal -replicó Sancho-, señor nuestro amo! No soy yo ahora el que ensarta refranes, que también a vuestra merced se le caen de la boca de dos en dos mejor que a , sino que debe de haber entre los míos y los suyos esta diferencia: que los de vuestra merced vendrán a tiempo y los míos a deshora; pero, en efecto, todos son refranes.

Pero... me olvidaba... esta carta no puede ir sin otra suya, y él no ha venido. En aquel momento entró en el cuarto una dama de la reina que venía de ceremonia. ¡Ah, doña María! exclamó la joven. Vengo, doña Clara, primero á daros la enhorabuena... una triple enhorabuena... qué yo cuántas enhorabuenas... ¡Oh! ¡Muchas gracias, señora! Anselmo, vete fuera. Sentáos, doña María.

En cambio les acompañaba el ortopédico, hermano de D.ª Laura, y el hijo de este, llamado Juan José. ¡Ah! El ortopédico era saladisímo para una cena. Hombre de gran formalidad, se trocaba en el más gracioso del mundo en cuanto bebía dos vasos de vino; decía los disparates más chuscos que se podrían imaginar.

¡Vendida!... ¡Ah!... exclamó Fortunata con nuevo terror . Mira por qué esa mujer no me gustó cuando la vi esta mañana. Es muy adulona, muy relamida, y tiene todo el aire de un serpentón... Pues nada, le diré a mi marido que no me gusta, y mañana mismo la despido. Eso... y viva el caraiter.

El cura se volvió para mirar a Juan que se perdía ya en la espesura del bosque. , señor, hay algo, y sois vos, señor cura. No, yo no. ¡Pues bien! ¿queréis que os lo diga, señor? no hay en el mundo nada mejor que vosotros dos, Juan y vos. ¡Esa es la pura verdad!... ¡Ah! ved qué lindo terreno para trotar! Voy a dejar correr a Niniche... ¿Sabéis que la llamo Niniche?

Al oir mi nombre la cantante inclinó la cabeza con un ligero matiz de extrañeza y de interés, y dijo alegremente á Pector: ¡Ah! Un noble francés... ¡En América! Es raro... ¿El señor habla inglés? , señora, dije sin esperar más; lo hablo bastante mal para expresarme, pero bastante bien para adivinar á usted.