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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Ellos riñen en el interior como perros y gatos, pero le dejan a uno en paz.» La muchacha de la risa aguda rió de nuevo y el campesino comenzó a contar otra anécdota, diciendo: No estuvo mal tampoco la manera como Fernando deshizo la boda entre un zapatero rico de Tolosa y una novia suya. A ver, a ver cómo fué dijeron todos.
Por último vio su cama el oso pequeño y gritó con voz aguda: ¡Alguien ha dormido en mi cama y aquí está! Este ruido despertó a la niña. Cuando abrió los ojos y vio a los osos, estaba muy asustada. Se levantó y huyó de la casa. 80 Los tres osos fueron a la puerta para mirar tras ella. Vieron que ella corría por el bosque hacia su casa. No la persiguieron, porque eran buenos y amables.
Alto, seco, musculoso, la barba y el pelo de un color negro que daba en azul; los ademanes descompuestos siempre y violentos; la voz indefinible, grave unas veces, otras, cuando se enfadaba, que era casi siempre que se ponía a hablar, chillona y aguda, de un falsete tan estridente que rompía los oídos.
Procuraba mostrarse impasible, pero su rostro, tan pronto palidecía con la transparencia de la cera, como se arrebolaba con una oleada de sangre. El señor Fermín bajó la cuesta de la viña, yendo al encuentro de unos arrieros que pasaban por la carretera. Su aguda vista de campesino les reconocía desde lo alto.
Cuando terminó su última estrofa en vascuence, con una entonación aguda, todo el concurso prorrumpió en risotadas, que contrastaban con la gravedad del cantor.
CHANFALLA. Chirinos, poco a poco estamos ya en el pueblo, y estos que aquí vienen deben de ser, como lo son sin duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de la adulación; pero no despuntes de aguda. Beso a vuesas mercedes las manos. ¿Quién de vuesas mercedes es el Gobernador de este pueblo?
Algunas veces, cuando una observación más aguda surgía de la pluma, sonreía; y después de un párrafo largo y compacto en el cual alguno de sus personajes había hablado largo y tendido, reflexionaba un instante, como si tomara aliento, y oíale yo murmurar: «Vamos a ver, ¿qué replicamos?» Y cuando le venía el deseo de hacer confidencias, me llamaba y me decía: «Oiga esto, señorito Domingo.» Raras veces llegaba a comprenderle. ¿Cómo era posible que me interesara por asuntos de personas a quienes no conocía, a las cuales jamás había visto?
Otras varias consideraciones añadió, y entre ellas más de una frase aguda de doble intención que supo a cuerno quemado al nuevo coadjutor. Vaya, adiós, D. Narciso, y dispénseme si no he podido comprender bien su caritativa intención. Soy una ruin mujer y no entiendo de teologías. El P. Narciso quedó sonriendo como el conejo. Viendo cerrada esta vía, entró resueltamente por otra no menos tortuosa.
Para que su vida fuese aún más alegre y aturdida le placía comer por los cafés y restaurants, como un mancebo disipado. D. Juan fluctuaba entre el gozo de verla contenta y la incomodidad aguda que le producía aquella vida desordenada, tan contraria a sus hábitos y edad. Una tarde, regresando del paseo del Prado, Fernanda estalló repentinamente en sollozos.
Escucha con una angustia creciente, hasta que su cabeza se llena de un zumbido que murmura, que estalla como una risa aguda... Un horrible sentimiento de odio y de envidia se despierta en él de repente; con una risa feroz, arroja lejos el vaso, que se rompe en medio del cuarto. A la mañana siguiente, Juan está lleno de vergüenza. Todo eso le parece un mal sueño.
Palabra del Dia
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