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Actualizado: 4 de julio de 2025


En Bib-Arrambla hubo justas, cañas, sortijas y bravos toros de Ronda, en que, audaces, sus rejoncillos quebraron caballeros de gran prez, que ambicionaban el tálamo de la incomparable Leila; y aunque el mismo Rey, lanzado á la arena y vencedor en su triunfo confiando, del airon de grana y oro, con gran peligro arrancado de la cerviz de una fiera, á sus piés la hizo regalo, al agradecerlo ella lo dijo con tal desmayo, que harto claro se entiende lo inútil del agasajo.

Apesar de este proceder de los jefes americanos, tan contrario á todos los pactos y antecedentes arriba referidos, seguí observando con ellos, la misma conducta amistosa, enviando una Comisión que fué á despedirle al General Merrit, cuando su marcha para París; acto que al agradecerlo dicho General, tuvo la bondad de manifestar á nuestros comisionados, que defendería á los filipinos en los Estados Unidos: así mismo envié al almirante Dewey un puñal con su vaina, todo de plata, y un bastón de caña finísima con puño de oro labrado por el mejor platero filipino, recuerdos de afecto y antigua amistad, que el almirante aceptó, consolando de esta manera y en cierto modo mi alma afligida y la de todos los filipinos que formaban el Gobierno Revolucionario, haciendo de nuevo renacer en el corazón de todos, las alhagüeñas esperanzas de un arreglo con el almirante Dewey.

Goro quería llevarla al juzgado y que pagase el daño, pero yo conseguí calmarlo y que la perdonase porque me daba lástima... Pues en vez de agradecerlo la picarona el otro día en la fuente me tiró unas indirectas tan picantes... ¡Qué indirectas, hija mía!... Que si yo era una holgazana, una comedora, que hacía trabajar á mi marido como á un burro, que echaba sobre ti el peso de la casa... que os mataba de hambre mientras yo me comía á solas magras de jamón y torta... ¡No cómo me contuve y no la arranqué los pocos pelos que tiene en el moño!

La asamblea confesó que tenia razon Zadig. Preguntáron luego: ¿Qué es lo que recibimos sin agradecerlo, disfrutamos sin saber cómo, damos á otros sin saber donde estamos, y perdemos sin echarlo de ver? Cada uno dixo su cosa; solo Zadig adivinó que era la vida, y con la misma facilidad acertó los demas enigmas.

Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!

No le dejaba pasar debilidades, exponerse a un constipado. «¡Buena la haríamos si usted se me muriese! todo esto, señor mío, es egoísmo, ni Dios ni usted han de agradecerlo».

Cuando los españoles contemplaban así su propia imagen; cuando conocían de esta manera los célebres y culminantes sucesos de los tiempos pasados, y los más grandiosos é interesantes de los presentes en el brillante espejo de su poesía, ¿cómo no habían de agradecerlo al poeta, cómo no admirarlo, cuando por su mediación veían elevarse tan alto el pueblo á que pertenecían?

Si algo he hecho y puedo hacer por mi patria; si alguna huella dejo en el mundo; si la Providencia ha querido favorecerme con esta altísima merced, á que seguramente no me considero acreedor, España deberia agradecerlo al marido de mi hermana Filomena, D. Antonio Miravent y Bogarin, á su hermano D. Francisco, y al marido de mi hermana Amparo, D. Juan María de Zarandieta, naturales todos de la isla Cristina, provincia de Huelva.

Si fuera usted tan bueno que quisiera acompañarme hasta la casa adonde voy de visita.... Con muchísimo gusto, señora. Es cerca: junto a San Sebastián. Media legua dijo para Monsalud; pero no teniendo ocupaciones, dio por bien empleado el paseo en obsequio de una desvalida señora que tan bien parecía agradecerlo.

El caballero sonrió bondadosamente y sacando del tarjetero diez billetes de a veinte duros, los colocó sobre la falda de Magdalena diciendo: Para alfileres: y ya puedes agradecerlo... Mis chicas tenían no qué capricho... cosas de muchachas. Otra vez será. Ella, dando por terminado aquel incidente, tiró sobre el tocador los billetes y continuó: ¿Qué hiciste luego? ¿Por qué no viniste de noche?

Palabra del Dia

godella

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