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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Lerma, á quien la cólera hacía audaz, se acercó á la mesa real, tomó la campanilla de oro, y la agitó como si hubiera estado en su casa. Se presentó un gentilhombre. ¿Qué manda vuestra majestad? dijo sin reparar, en su servil apresuramiento, que el rey no estaba en la cámara. No, no es su majestad quien llama dijo Lerma mordiéndose los labios . Soy yo.

¡Yo prefiero a Francia! suspiró la esposa del primer secretario, una jovencita pálida de cabello rizado. ¡Ah, la Francia! murmuraron algunos comensales, poniendo los ojos en blanco. El gordo Meriskoff agitó los lentes de oro. Francia tiene un pero, que es la cuestión social. ¡Oh, la cuestión social! murmuró sombríamente Camilloff. Y conversando con tanta sabiduría, llegamos por fin al café.

El trueno conmovió toda la huerta, despertando una tempestad de gritos y ladridos. Sènto vio un abanico de chispas, sintió quemaduras en la cara; la escopeta se le fue y agitó las manos para convencerse de que estaban enteras. De seguro que el amigo había reventado.

Un frío punzante e irresistible, el frío que sigue a las grandes nevadas, deslizábase por las rendijas de las maderas, filtrábase por las paredes. Feli se agitó en el lecho, murmurando con suspiro infantil, sin abrir los ojos: -Frío... mucho frío. Estaba cubierta por la única manta que tenían en la casa y el mantoncillo que le había comprado Isidro al comenzar el invierno.

Cuando los obreros supieron que a Gasparón se le habían pagado dos días y medio, corrió sobre sus tugurios y agitó sus cabezas viento de tempestad. La iniquidad llamó a la ira. Reuniéronse los delegados de los grupos, hubo Junta una noche en la trastaberna del Francés, y para completo conocimiento del caso, se citó también al pobre manco.

Recuerdo que en una de las muchas salidas un genovés levantó el brazo y lo agitó como amenazándonos. Diez de nuestros muchachos le soltaron en el acto otras tantas flechas, y cuando descubrimos después su cadáver se vió que tenía ocho de ellas clavadas en el antebrazo.

D.ª Teodora, al verse objeto de la curiosidad pública, se desmayó. D. Juan y la doncella la sostuvieron. D. Peregrín siguió increpando a su enemigo ausente. La muchedumbre rió, gritó, se agitó tumultuosamente. Al fin todo quedó en paz, y la pudibunda jamona tornó a su domicilio, donde la dejaremos esparciendo un torrente de lágrimas.

El catedrático le miró, frunció las cejas y agitó la cabeza como diciendo: ¡Insolentillo, ya me las pagarás! La clase era un gran espacio rectangular con grandes ventanas enrejadas que daban paso abundante al aire y á la luz. A lo largo de los muros se veían tres anchas gradas de piedra cubiertas de madera, llenas de alumnos colocados en orden alfabético.

A esta declaración, la señora de Laroque pareció súbitamente consternada; me miró, se agitó entre sus almohadillas, aproximó sus manos al brasero, y me dijo á media voz: ¡Ah! ¿qué importa eso? vaya, déjelo usted. Y como yo insistiese: ¡Pero, Dios mío! agregó, con un gracioso ademán, ¡mire usted que los caminos están espantosos!... Espere al menos la buena estación.

De pronto la vela se agitó temblorosa, se distendió como con un latigazo; el barco se inclinó de costado y comenzó a deslizarse volando. El patrón se colocó en la caña del timón y los marineros se sentaron en las bordas. El mar se cortaba bajo la proa del barco y cuchicheaba dulcemente, íbamos dejando una estela blanca, brillante, a la luz del amanecer.

Palabra del Dia

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