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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Siguiendo la dirección de los filamentos hundidos en el agua, creyó ver un objeto negro que flotaba á pocos metros de la superficie. Agarró una piedra, arrojándola en el mar con una fuerza que hizo surgir chorros de espuma. Pero en vez de obtener su deseo, un nuevo cable se elevó amenazante sobre las aguas.

La llevo... porque es mía. ¿Suya?... Pero está enferma.... Yo la sanaré.... Eso no puede ser.... Es imposible repitió. Salvador la agarró por un brazo y la llevó al otro extremo de la habitación, casi en vilo. Ella iba chillando: ¡Ay..., ay..., ay!...

«¿La tuviste de , cuando te pedí socorro, mal engendro?», le respondió el agua, hirviendo de cólera; y le inundó de arriba abajo, mientras los galopines le dejaban sin una pluma para un remedio. Paca, que estaba arrodillada junto a su abuela, se puso colorada y muy triste. El cocinero entonces continuó la tía María , agarró a Medio pollito y le puso en el asador.

Rosa, que no podía desconocer la admirable aptitud de Marisalada, impuso silencio a sus antiguos resentimientos, en obsequio del mes de María, y pensó en aprovecharse de la mediación de don Modesto, para que la hija del pescador tomase parte en aquel coro virginal. Don Modesto agarró el bastón y se puso en marcha.

Ella le llamó una noche para hablar en la reja, y con una voz y un gesto, cuyo recuerdo aún estremecía al pobre mozo, le anunció que todo había acabado entre los dos. ¡Cristo; qué noticia para recibirla así, de sopetón! Rafael se agarró a los hierros para no caer.

La condesa agarró el sombrero del mayordomo y voló á uno de los charcos cercanos. Después, ambos de rodillas, se pusieron á lavar la herida del animal. La bala le había atravesado de parte á parte, entrándole por el vientre cerca de las patas traseras y saliéndole por el pecho. Todos los esfuerzos fueron inútiles.

Temblaba el aire, dicen, de los mugidos terribles, y deshacía el elefante el cañaveral con las pisadas, y sacudía los árboles jóvenes, hasta que de un impulso vino contra el del cazador, y lo echó abajo. ¡Abajo el cazador, sin tronco a que sujetarse! Cayó sobre las patas de atrás del elefante, y se le agarró, en el miedo de la muerte, de una pata de atrás.

Rosalía fue derecha a su marido, el cual, sintiéndola cerca, se agarró a ella con ansiedad convulsiva, y volviendo a todos lados sus ojos, parecía buscar algo que se le escapaba. Su rostro expresaba terror tan vivo, que su mujer no recordaba haber visto en él nada semejante. «¿Qué?...» fue lo único que ella, en su consternación, pudo decir.

No si era el verdugo ni si era un matador pagado respondió Momo ; lo que es que la agarró por los cabellos y la dio de puñaladas; lo vi con estos ojos que ha de comer la tierra, y puedo dar testimonio. Momo apoyaba sus dos dedos, debajo de sus ojos, con tal vigor de expresión, que aparecieron como queriendo salirse de sus órbitas. Las dos buenas mujeres lanzaron un grito.

El grande hombre inédito se despabiló al oír que en el despacho le aguardaba su padrastro, el señor José, mostrando gran agitación. ¿Qué le quería el bueno del albañil? Cuando salió, el señor José, casi llorando, le agarró las manos. ¡Qué desgracia, Isidro! ¡Qué vergüenza!... Si no arreglas eso, voy a morir. El joven lo hizo sentar, tranquilizándolo. ¿Qué era ello?

Palabra del Dia

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