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De modo que si se sale de ella, porque el instinto no le alcanza, o si tropieza y cae.... ¡Dios eterno!... Y todo, ¿por qué? ¡Por ir a buscar unos cuantos votos que, de fijo, no han de darme, para una elección que, de todos modos, y si no me agarro a otras aldabas, he de perder, y con el fin de ejercer un cargo que maldita la falta me hace!

Luego, en un sendero, agarró á un ciervo en mitad de su fuga veloz y lo subió á la altura de su pecho, colocándolo á corta distancia de Flimnap, de modo que el asustado animal, al mover la cabeza, casi le tocaba con las puntas de su cornamenta. El profesor cayó desmayado de miedo en el fondo del bolsillo, mientras el gigante volvía á inclinarse sobre la tierra para dejar al ciervo en libertad.

Pero no fue necesario. ¡Bueno estaba poniendo Nélida al hermanito!... Al abrir la puerta, lo agarró de un brazo, haciéndolo entrar a empellones. ¡Hasta cuándo se proponía molestarla con sus necedades!... Estaba en lo mejor de su sueño y venía a interrumpírselo con sus historias disparatadas. «Mira bien, zonzo... Abre los ojos, animal... ¿Dónde está el hombre, idiota?...» Y lo zarandeaba, iracunda, mientras el muchacho abría desmesuradamente sus ojos mirando a todos lados, y especialmente al vacío debajo de la cama, como si sólo allí pudiera ocultarse un intruso.

El capitán y el médico estaban hablando sentados los dos en sillas de lona al socaire de la ballenera, y no vieron a los marineros y a los chinos que avanzaban por el otro lado de la lancha grande. Les avisamos con un grito; Zaldumbide agarró el rebenque y se lanzó hacia proa repartiendo chicotazos a derecha y a izquierda.

Tendió Micromegas con mucho tiento la mano al sitio donde se vía el objeto, y alargando y encogiendo los dedos de miedo de equivocarse, y abriéndolos luego y cerrándolos, agarró con mucha maña el navío donde iban estos señores, y se le puso sobre la uña, sin apretarle mucho, por no estruxarle.

En esto Calleja, que parecía tener gran autoridad entre aquella gente, se agarró al brazo de Elías, y exclamó, riendo con la desenfrenada hilaridad de la embriaguez: "Ven, bravucón, ven con nosotros. Ciudadanos prosiguió, volviéndose á los otros: éste es el gran Coletilla, el mismo Coletilla. Seremos amigos. Nos va á presentar al Rey constitucional para que nos haga...."

Dos de ellas estaban a la puerta en camisa, las otras dos asomadas a las ventanas en el mismo traje. Las de la puerta quisieron retirarse a la vista del alcalde, pero éste las agarró con sus manazas. ¿Qué escándalo es éste,...ajo? repitió. Señor alcalde, nos han dado dos piezas falsas... dijo una de ellas. No estáis vosotras malas piezas... ¡A la cárcel! ¡Pero, señor alcalde!

No lo que diría a esto el cura de mi pueblo; pero llevo corrido ya mucho mundo y tratados muchos hombres, y a mi experiencia me agarro. Lo que Simón ignoraba con respecto al señor cura, lo sabemos nosotros. Cuando alguno de sus feligreses le decía: ¿Sabe usted, don Justo, que Simón se va saliendo con la suya?..., ¿que ya es hombre rico?

De pronto agarró un brazo del marino y le gritó con energía, como si acabase de hacer un descubrimiento por la portezuela del coche: «¡Calderón de la BarcaFerragut saludó. «, señoraLa joven, después de esto, creyó necesario presentar á su compañera. La doctora Fedelmann... Una sabia en filología y en letras.

Siguió, cierto, por la calle de Recoletos abajo; mas en cuanto vió cruzar el tranvía se agarró bonitamente a él y subió sin ser notado. Y procurando que la dama no advirtiese su presencia, ocultándose detrás de otra persona que había de pie en la plataforma, se puso con disimulo a contemplarla con un entusiasmo que haría sonreír a cualquiera.