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Actualizado: 5 de julio de 2025


¡Adriana! exclamó una de ellas, necesitamos una pareja más, vengan los dos. Ella se levantó, y con expresión seria: Tal vez en el fondo lo quiero muchísimo, Muñoz; escucharé todo lo que quiera decirme, pero ahora no podría dejar de bailar y divertirme, la tristeza me ahogaría. Y salió envuelta en el torbellino de las muchachas.

Yo creo, concluyó, que usted mismo se ha fomentado esta pasión. Porque ni siquiera la comprendería si usted se hubiese dejado seducir y alucinar por la simple belleza física. Muñoz miró a Charito atentamente. Y ella ¿está enamorada de Julio, ahora? No lo creo, no puede Adriana enamorarse, no es capaz de enamorarse.

Y Muñoz, tras la actitud altiva y seria del semblante, se sentía humillado, abatido, incapaz de afrontarla. No sabes, Charito, continuó Adriana, cuántas ideas pesimistas han pasado por mi cabeza, en estos días... Me puse a reflexionar en la dicha, en la tontera de la vida, en esta ternura que se tiene en el corazón para no qué, para nada.

Usted no sabe, yo también he cambiado... A todos nos arrastra en el mundo una influencia, un no qué, somos pobres criaturas, créame... Y Adriana no podía proseguir. ¡Por favor! exclamó Muñoz Una palabra sencilla, clara, sincera... Su espíritu hacía un doloroso esfuerzo para entender la nueva actitud de Adriana. ¡Ah, si supiera con qué lealtad quiero hablarle! repuso ella.

Hasta la voz de Adriana se modulaba en su memoria con una inflexión distinta: aquella voz que más de una vez escuchara desatendiendo adrede el sentido de lo que ella hablaba, para sólo percibir el secreto de la idea en el rumor musical de las palabras. ¿Y Laura? Era fácil imaginar la consternación de su alma exquisitamente susceptible.

Desvanecido el encanto, tanto Adriana como él rehuirían seguramente la ocasión de encontrarse y la posibilidad de cualquier mezquina transigencia, y esto a causa de la tendencia angélica que habían tomado sus sentimientos en las alturas ideales.

Ojalá mis hijas tuvieran algo de la tuya. Pero mi mujer, con sus preocupaciones antiguas las tiene acobardadas y sujetas a una cantidad de tonteras que han pasado de moda. La madre de Adriana callaba. El suicidio de su marido había dejado en ella una aprensión enfermiza, y cualquier insignificancia relativa a la conducta de Adriana despertaba en su corazón el recelo y la inquietud.

De pronto advirtió que Julio le miraba con una atención reconcentrada. En ese momento refería la extraña conducta de Adriana, sus apasionadas cartas de amor y la indiferencia burlona con que le recibía luego. ¿Te figuras, prosiguió con la voz alterada, poniendo una mano sobre el brazo de Julio, te figuras la desesperación que debe provocar semejante criatura?

La anciana hizo señas a Adriana de acercarse y sus dedos largos y viejos le acariciaron los cabellos. Había una extrema suavidad en su modo y en toda su persona; la tranquilidad profunda del rostro traía el vago resplandor de una belleza apagada por el tiempo.

En el chalet rodeado de viejos árboles, sobre las hermosas barrancas de Belgrano, Adriana vive desde hace años retraída, encerrada, y contra todos los ruegos de Muñoz rehusa cualquier ocasión de mostrarse en sociedad. Ha esquivado relacionarse con las gentes que habitan los chalets vecinos. Como Julio, sólo tiene sombras de sentimientos.

Palabra del Dia

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