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Actualizado: 25 de junio de 2025
En otro lado de la plaza, el viejo magistrado sonreía enternecido al través de su barba blanca, admirando la valentía del muchacho y lo bien que le sentaba el traje de «luces». Al verle volteado por el toro se echó atrás en su asiento, como si fuese a desmayarse. Aquello era demasiado fuerte para él.
A ambos costados de la verja, como testimonio de la pasada opulencia del templo, los dos pulpitos de ricos mármoles y bronce cincelado. Gabriel echaba una mirada al coro, admirando su sillería portentosa ocupada por los canónigos, y pensaba con entusiasmo que tal vez lograse algún día sentarse en ella, con gran orgullo de su familia.
Y Encarnación no necesitó preguntar más, pues sabía que su marido, en virtud de lejanas y confusas lecturas, consideraba a este personaje histórico como el conjunto de todas las grandezas, y sólo osaba unir su nombre a sucesos portentosos. Ciertos vecinos entusiastas que venían de la corrida piropeaban a la señora Angustias, admirando devotamente su abultado abdomen.
Pasaban junto a ellos otros carruajes en los que brillaban curiosas miradas, sondeando el interior de la berlina y admirando aquella mujer hermosa y desconocida. ¿Qué contestas, Leonora? Aún podemos ser felices. Olvida mi falta, el tiempo pasado; imagínate que ayer fue nuestra despedida en aquel huerto, que hoy nos encontramos para vivir eternamente unidos. No dijo fríamente la artista.
Adiós, Isidro dijo con voz grave, al mismo tiempo que se enrojecían sus mejillas. Adiós, Feliciana contestó el joven. Y la siguió con los ojos, admirando su marcha rítmica y graciosa sobre el barro, su cuerpo gentil y esbelto, que iba empequeñeciéndose con la distancia. El sol se ocultó de pronto; volvieron a cerrarse las nubes; ya no brillaron los charcos.
Miss Harvey subió en el coche y los dos franceses continuaron su paseo como si no tuvieran motivo alguno de preocupación, admirando los lujosos trenes que empezaban ya á circular por las verdes praderas del parque. El hotel Harvey es un hermoso edificio estilo Luis XVI, edificado por el duque de Sommerset y que el americano pagó á buen precio.
Y estas gentes, que en sus lejanos países habían oído hablar muchas veces de Monte-Carlo, al verse en él por los azares de la guerra, se amontonaban junto á las mamparas con una curiosidad infantil, admirando instantáneamente, al abrirse y cerrarse aquéllas, la rápida visión de los salones dorados, puestos en fila y llenos de público. Después se retiraban, cediendo el sitio á otros camaradas.
Durante el viaje había sido un excelente compañero, admirando por su cuenta y riesgo, y hablando poco. ¡Ah! ¡si nos contara, señor! suplicó la joven de las águilas. No tengo inconveniente asintió el discreto individuo. En dos palabras y en los mares del norte, como el María Margarita del capitán encontramos una vez un barco a vela. Nuestro rumbo viajábamos también a vela nos llevó casi a su lado.
Al salir á una llanura abierta en la selva enana, se sentó en el suelo, admirando la suavidad del césped. Lo mismo era pasar allí la noche que en la embarcación. No hacía frío, y además él estaba abrumado por el cansancio y por las tremendas emociones sufridas en el mar.
Alcaparrón la hacía señas rondando la mesa como un perro. ¡La pobre estaba siempre tan falta de apetito!... Y con su habilidad de gitano, escamoteaba todo lo que con disimulo le ofrecía Mari-Cruz. Después salía al patio unos instantes para zampárselo de golpe, mientras la prima enfermiza bebía y bebía, admirando el vino de los señores como lo más sorprendente de la fiesta.
Palabra del Dia
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