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Actualizado: 15 de mayo de 2025


De voluntad fácil para el enamoramiento, Torrebianca andaba siempre en relaciones con una liejesa, y Robledo, por acompañarle, se prestaba á fingirse enamorado de alguna amiga de la muchacha.

¿Entre qué gentes estamos? me dijo el extranjero asombrado. ¡Qué modos tan raros se usan en este país! ¡Oh! es casual le respondí algo avergonzado de la inculpación, y seguimos nuestro camino. El día había empezado mal, y yo soy supersticioso con estos días que empiezan mal: acaban peor. Tenía mi amigo que arreglar sus papeles, y fue preciso acompañarle a una oficina de policía.

Cuando volvió en Reyes, sintió, como la noche anterior, que le regaban la cara con agua fresca. Y medio delirando, dijo: Gracias... sola, sin azúcar. Dio expresivas muestras de gratitud al zapatero, que se ofreció a acompañarle a su casa y salió, sacando fuerzas de flaqueza, a paso largo, sin saber adónde iba. «Yo debía tirarme al río», se dijo.

Y no di juego, limitándome a alzar los hombros y a dejar escapar un gruñido galante. Luego que tuve lacrado y sellado el protocolo, lo metí a duras penas en el bolsillo y salí a refrescar la cabeza, que bien lo necesitaba. ¡Tres horas había pasado escribiendo! Cerca del oscurecer, pasando por la calle de las Sierpes, vi en la Británica a Villa, y entré a acompañarle.

Se había puesto el joven de pie y se despedía, pero el filósofo, intranquilo, le retuvo, diciendo que iba a acompañarle... Iré detrás, si no quieres que vaya al lado... Estás muy pesado, Agapo... No, solo no te dejo; repito que me das miedo. Vas a hacerme perder la paciencia. ¡Solo no; no te dejo!

Y el príncipe mostró también cierta precipitación al acompañarle hasta la verja de entrada, con grandes extremos de amistad. Debía volver con frecuencia á Villa-Sirena; era el único amigo fiel. ¡Lastima que se negase á vivir allí, como en otros tiempos!... Al quedar solo, Lubimoff subió á las habitaciones del primer piso. Temía que el coronel adivinase su contento.

Contentarónse por entónces con el dinero que se les dió, y con él se fueron á Galípoli donde ya habia llegado Roger con su mujer, suegra y cuñado, que quisieron acompañarle, y tambien, á lo que yo sospecho, por tener Roger cerca de á Irene su suegra y hermana del Emperador, como en rehenes, por si acaso contra él se quisiese proceder como rebelde, cuando el alboroto y motin pasára más adelante.

Fue preciso, pues, acompañarle, e íbamos a entrar en los Dos Amigos, cuando llamó nuestra atención un gran letrero nuevo que en la misma calle de Alcalá y sobre las ruinas del antiguo figón de Perona, dice: Fonda del Comercio. ¿Fonda nueva? Vamos a ver.

Quedose algunos minutos clavado en el suelo lleno de estupor, y por último, haciendo un esfuerzo, se dirigió con paso vacilante a un departamento solitario y se dejó caer en un diván; metió la cabeza entre las manos y sollozó largo rato, sin que nadie viniese a acompañarle: solo el conserje, al dar una vuelta de inspección por la sala, hallándole de aquella suerte, le preguntó con solicitud: ¿Qué es eso, D. Miguel? ¿llora V.?

Los ojos del fantasma eran dos linternas, los cuernos dos tacos, y la causa del ruido metálico, una batería completa de cocina, bien manejada debajo del paño. En cuanto á los berridos, un amigo mío, que por cierto no era marino, aunque formaba con ellos muchas veces, sabía darlos como el mejor piporro; los marinos de la Berrona no hacían más que acompañarle en el tono que podían.

Palabra del Dia

atormentada

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