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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Volviendo al chilote que escapó del rigor de aquel tirano, y ya entre los indios, algunos de ellos se ofrecieron á acompañarle, pero en la primera montaña, le quitaron la vida: cuya noticia se me trajo por indios de mucha verdad del fuerte de San Fernando, á orillas del rio Bueno, luego que sucedió; y esto tiene á los indios llenos de temor.

Con otra hirieron en el vientre á un cristiano que llevaba la imagen, y alegrísimo el buen muchacho de su dichosa suerte, se retiró aparte para gastar con Dios los últimos períodos de su vida, con no menos gloria suya que envidia del P. Lucas, que abrazándole estrechamente, se dolía de que en pena de sus pecados no merecía acompañarle en la muerte.

Sin embargo, como el médico insistía en los paseos a caballo, se determinó a alquilar un jamelgo para dar una vuelta por las afueras, de madrugada. Miguel alquiló otro para acompañarle, y así que Dios amanecía, salíanse ambos por la puerta de Toledo o San Vicente, y se espaciaban por aquellos campos media legua o una, según el tiempo y la ocasión.

Le temblaban los ojos y los caídos bigotes de galo. A pesar de su traje de pana y su bolsa de lienzo repleta, tenía el mismo aspecto grandioso y heroico de las figuras de Rude en el Arco de Triunfo. La «asociada» y el niño trotaban por la acera inmediata para acompañarle hasta la estación.

Así había conocido á Castro y á Spadoni, los cuales se limitaron á preguntarle si ganaba mucho en el juego. Al anunciar el príncipe su llegada, Toledo obligó á su ilustre compatriota á acompañarle á la estación, para presentarlo sin perder tiempo. Una gloria de nuestro país... ¡Su Alteza, que ama tanto las cosas de España!

Una de las pocas, casi la única admiración que ya le quedaba a Tristán en literatura era la de Rojas, su maestro y protector. No asistía con puntualidad a sus tertulias nocturnas de los viernes, pero iba de vez en cuando. Y cuando tropezaba en la calle al célebre poeta, nunca dejaba de departir con él algunos instantes y solía acompañarle hasta el paraje adonde se dirigía.

Le servían muchos criados, constantes unos y entrantes y salientes otros; y como era aficionadísimo a la caza, no le faltaban una jauría de galgos, podencos y pachones, y dos hábiles cazadores o escopetas negras, que solían acompañarle.

Pero, para entregarse sin obstáculos á su recreo favorito, y á la vez para facilitar un local más decente á las representaciones escénicas, ya desde el principio de su reinado construyó un teatro en el palacio del Buen Retiro, ante las puertas de Madrid, para que fuese exclusivamente teatro de la corte, y cuyos espectadores habían de ser personajes invitados por el Monarca para acompañarle.

Hubo de acontecer, cuando la niña era aún muy pequeñita, que el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la niña podían acompañarle, y él se fue solo, despidiéndose de ellas y prometiendo traerles, a la vuelta, muy lindos regalos.

¡Oh! eso es grave, hija mía dijo la tía Liette sonriendo a pesar de su tristeza. ¿Verdad que ? respondió cándidamente la joven miss. Así fue, que cuando el señor de Argicourt fue a acompañarle, los seguí con disimulo y me puse a escuchar... que hice mal, tía Liette... Liette le estrechó la mano, como para animarla.

Palabra del Dia

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