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Morsamor convocó, pues, a su gente, expuso su determinación de permanecer en Benarés con algunos pocos aventureros que quisiesen acompañarle y reconociendo que todos habían cumplido ya con el compromiso y la obligación que contrajeron, los dejó en libertad de volver a Goa, conducidos por buenos guías y con el espléndido botín que habían conquistado.

Su primera visita fue para Bringas, de cuya enfermedad había tenido noticia en los baños, y le animó mucho y se brindó a acompañarle por mañana, tarde y noche, dedicándole todo el tiempo que sus quehaceres le dejaban libre. Cumplió esto al pie de la letra, y su presencia en la casa llegó a ser tan reglamentaria, que cuando no iba parecía que faltaba algo.

Salvatierra, al saber que Fermín no tenía ninguna ocupación inmediata, le invitó a acompañarle. Iba hacia los llanos de Caulina. Le gustaba más el camino de Marchamalo y estaba seguro de que su viejo camarada, el capataz, le recibiría con los brazos abiertos; pero no ignoraba los sentimientos de Dupont hacia él y quería evitarle un disgusto.

Antes jugaba mucho al tresillo; ahora se le halla casi toda la noche y parte de la tarde fumando y tomando café en una mesa, cerca de la de billar, viendo cómo juegan el hijo del boticario y el Ayudante de Marina, hablando con ellos a su modo a ratos, y a ratos con dos abogados y un médico, jóvenes, de lo más culto y tratable que hay aquí, y conmigo, que solemos acompañarle...

Timoteo salió a alquilar un carruaje. Tanto él como Mario se brindaron a acompañarle y sus esposas respectivas lo mismo. Miguel Rivera, que estaba allí casualmente, también quiso ser de la partida. A las tres de la tarde salieron todos, en un familiar, de la calle de Ramales, célebre ya en todo el orbe, en dirección a la puerta de Toledo. El día claro y apacible.

La narracion de sus viages, de sus aventuras, y de sus mismos peligros enflamaron la mente del jóven facultativo, que se decidió fácilmente á acompañarle en su próximo viage. Poco despues de su regreso á Inglaterra, emprendió otro á Cádiz, en donde se embarcó para Buenos Aires.

Como hemos dicho, tenía la costumbre de ir a casa del conde de Mengis los martes, jueves y sábados, para acompañarle a visitar a Antoñita; costumbre que había acabado por hacerse muy agradable a la anciana condesa. Amaury recibiole no solamente con frialdad, sino con altanería.

Todos se le ofrecían para acompañarle, y le prometían venganza para el caso de perecer en la lucha. Al fin llegaron a la quinta designada, y se avistaron con el enemigo. Los testigos platicaron, midieron los sables, y los pusieron en manos de los contendientes.

Anda a jugar al patio decía la madre. Y el pequeño salía inmediatamente triste y resignado, como obedeciendo una orden penosa. Don Andrés era el único que le alegraba con sus cuentos y sus paseos por los huertos, cogiendo flores para él, fabricándole flautas de caña. El fue quien se encargó de acompañarle a la escuela y de hacerse lenguas de su afición al estudio.

Su curiosidad era una fiebre intensa que de ningún modo podía calmarse. Cada vez era mayor su desconsuelo por no ver a la Nela; pero en tanto rogaba a Florentina que no dejase de acompañarle un momento. El tercer día le dijo Golfín: Ya se ha enterado usted de gran parte de las maravillas del mundo visible. Ahora es preciso que vea su propia persona. Trajeron un espejo y Pablo se miró en él.