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Lo que lo atraía principalmente á la capital de Baviera, era el cuidado y aumento de su galería de cuadros, cuyo origen y disposición ha trazado prolijamente por escrito. En la última mitad de su vida no renunció Schack á su costumbre de emprender largos viajes. En el año de 1865 acompañó al Gran Duque de Meclemburgo á España y Portugal.

El capitán Vadillo llevó á Juan Montiño al postigo de la Campanilla, que abrieron los guardas de orden del rey, y luego le acompañó hasta el convento de Atocha. Por el camino fueron hablando de la mala noche que hacía, de lo obscuras que estaban las calles y de las guerras de Flandes. Cuando llegaron al convento, el mismo Vadillo tiró de la cuerda de la campana de la portería.

El enfermero lo salió acompañando, y lo acompañó hasta la misma esquina de la iglesia: Cañete volvió varias veces la cabeza mientras atravesaba el atrio y allí estaba el pobre italiano mirándolo y poniendo una cara como de quien no puede aguantar el llanto.

Al siguiente día Jorge Federly me acompañó a la estación, donde tomé un billete para Dresde. ¿Vas a contemplar las pinturas? preguntó Jorge guiñándome el ojo. Jorge es un murmurador incorregible, y si hubiese sabido que yo iba a Ruritania, la noticia hubiera llegado a Londres en tres días.

Salvador y Doña Hermenegilda se miraron a las diez de la noche, cuando los dos hermanos se quedaron solos, después de cenar, Salvador rogó a Navarro que se acostase. No será malo dijo este con mucha naturalidad , pues fatiga sobre fatiga, se llega a un punto en que no hay cuerpo que resista. Sigo tu consejo, pues no ha sido mala la jornada de este día. Salvador le acompañó a su alcoba.

El hambre, un hambre que sólo podía sufrir el español, habituado a las sobriedades de su raza, le acompañó en sus exploraciones por las peladas altiplanicies de los Andes y las llanuras pantanosas sin término. Aventurábase en desiertos de los que parecía haber huido toda vida animal.

Llamada por Juanita, acudió Rafaela, que se quedó estupefacta y boquiabierta al ver allí a doña Inés, a quien acompañó a su casa. Doña Inés prometió volver con don Alvaro a las diez y media. Cuando Juanita se quedó sola se lavó la cara y las manos, se alisó el pelo y sacó del armario el famoso vestido de seda regalo de don Paco.

Amalia, insaciable, golpeaba, hería sin cesar. Los gritos de la víctima hacían crecer su furor. Se detuvo rendida al fin. Madrina, ¿qué hice? exclamó la pobre niña huyendo hacia un rincón. Esta pregunta, la mirada de angustia con que la acompañó, enfurecieron de nuevo a la dama. Volvió a golpearla despiadadamente. La criatura se tapaba el rostro con las manos.

Tampoco el de D.ª Robustiana, que acompañó á la criada cuando vino á servir la sidra, expresaba como otras veces un humor jovial y sereno. Entonces sospechó que algún disgusto había ocurrido entre los cónyuges. Pero le llamó la atención el que Manolete, Linón, la criada, todos cuantos por allí andaban se mostrasen serios y hasta airados.