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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Nada de eso, Sr. don Acisclo dijo Pepe Güeto, dejándose arrebatar del entusiasmo . Es menester sacudir el yugo. ¡Muera D. Paco el tirano! gritó doña Manolita riendo. Ya se entiende que la muerte ha de ser meramente política y no civil ni natural interpuso doña Luz. ¿Y cómo se va V. a componer para matarle políticamente? preguntó Pepe Güeto.
Don Jaime era desprendido, se ocupaba en cosas de ambición y de política y no en negocios de dinero; el dinero le importaba poco, pues se había casado con doña Luz siendo ella pobre; y sin duda encontraría muy razonable que D. Acisclo administrase los millones e hiciese con ellos la felicidad de Villafría, fomentando su industria y su agricultura.
El diputado, contra quien iba a sublevarse don Acisclo, estaba caído en aquel momento; pero nadie dudaba de que pronto se volvería a encaramar en el poder. Habíanle dejado cesantes a no pocos de sus ahijados; pero aún quedaban muchos en plena posesión de sus empleos y sueldos.
Con el trigo sucedía lo propio. El marqués mandaba que le vendiesen el trigo dos o tres meses antes de la cosecha. No se hallaba quien le pagase con anticipación sino con tres reales de descuento por fanega. Entonces D. Acisclo proporcionaba el dinero, y se quedaba con el trigo por dos reales menos, pero haciendo ganar al marqués un real en fanega.
¿Estás loca, Luz? ¿Qué motivos tienes para decir palabras tan espantosas? ¿Qué motivos tengo? Mi padre, sin querer, me lo ha revelado todo en la carta que me entregó D. Acisclo. ¡Fue notable exceso de precaución! Y doña Luz empezó a reír con la risa nerviosa que tuvo cuando el ataque. Vamos, cálmate, vida mía. Cálmate y habla con reposo dijo doña Manolita.
Poco antes de morir el Marqués, teniendo aún a la cabecera de la cama al cura D. Miguel, con quien acababa de confesarse, había hecho venir a su presencia al bueno de don Acisclo; y a solas con él y con el cura, exigió de D. Acisclo, bajo juramento de guardar el más profundo secreto, que cumpliría a su tiempo una comisión que iba a darle.
Ella se había guardado la carta en el seno. Lo que pensaba, lo que infería de la carta era lo que la hacía reír. Por último, D. Acisclo, viendo que la risa continuaba, empezó a asustarse. El rostro de doña Luz se trastornó. Un paroxismo histérico bien marcado se apoderó de ella.
Fueron de la expedición los hijos, yernos, hijas, nueras y nietos de D. Acisclo, el cura, el médico, doña Luz, doña Manolita y Pepe Güeto, y otras varias personas. Los que no cupieron en los vehículos de ruedas, fueron a caballo o en burro. El P. Enrique llegó bien y fue recibido con vivas por aquella turba, en el andén de la estación. En el lugar fue un triunfo su entrada.
Lo que sí había considerado bien D. Acisclo, como prudente capitán, era lo colosal y comprometido de su empeño; y a fin de salir airoso, había tomado las convenientes precauciones, acumulado medios, buscado alianzas y allegado fuerzas y recursos de toda laya.
Quiero significar que su sobrino de usted tiene una apoplegía fulminante. Don Acisclo, que amaba a su sobrino, que le consideraba como el complemento de la gloria de su familia, de la que él era el otro complemento, tuvo un sincero y hondo dolor, y estimuló con súplicas y lamentos el celo del médico. No necesitaba éste de estímulos.
Palabra del Dia
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