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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Conservaba sin vender su casa solariega del lugar con sus antiguos muebles y dos criados. Si no vivía en ella, pensaba vivir más tarde, o bien porque don Acisclo podría faltar, o bien porque ya, entrada ella en años, nadie podría extrañar que viviese sola.

Todos ellos eran insignificantes y poco divertidos; no eran ni malos ni buenos, y doña Luz hacía milagros de diplomacia para no tratarlos mucho y no enojarlos tampoco. En los días de cumpleaños y del santo de cada individuo de la familia de D. Acisclo, había comida patriarcal en la casa, y mucho jaleo de baile.

Yo le seguía, llevando a mi lado al humorista D. Acisclo. No sabiendo cómo entablar conversación con él, le dije: Es muy amena la tertulia de estas señoritas... y muy original... Se pasa bien el rato. Usted es forastero, ¿verdad? me preguntó gravemente. , señor; hasta ahora no había estado en Andalucía.

La empresa, no obstante, era difícil; casi imposible para cualquiera otro que no tuviese en aquel distrito la actividad, el poder, el influjo y el dinero que don Acisclo poseía. Don Paco, el grande elector, era pájaro de cuenta, y contaba con un diputado-modelo; con un diputado tal, que no es dable que haya como él una docena al mismo tiempo en toda España.

Ni faltaba tampoco el caballero obligado de buena sombra, que dice gracias en voz alta y anda de grupo en grupo «quedándose con todo María Santísima». Era hombre de cincuenta años, poco más o menos, de mediana estatura, color cetrino, ojos saltones y bigote teñido, con las puntas engomadas. Se llamaba D. Acisclo. Un gran humorista.

Tal era la causa del júbilo de D. Acisclo; iba a abrazar al sobrino santo, iba a vivir con él, iba a tener el gusto de lucirle en el lugar. Doña Luz quiso en seguida mudarse a su casa y dejar su habitación en casa de D. Acisclo, para que el padre habitase en ella. Don Acisclo dijo: Nada de eso, hija mía. por nada del mundo te vas de mi casa a vivir sola en aquel caserón.

A fin de que mi limpia fama esté al abrigo de la maledicencia, me he encerrado en este lugar, me he apartado casi de todo trato humano, he huido de la juventud, mientras he sido joven; siéndolo todavía, como lo soy, no he admitido en mi intimidad sino a viejos de sesenta años como tu padre, el cura y don Acisclo, y nada de esto me ha valido.

La estación del ferro-carril está a dos leguas muy largas de Villafría, y D. Acisclo dispuso que saliesen todos los parientes y amigos a recibir al Padre con mucha pompa. En efecto, no quedó vehículo de que no se dispusiese. Se emplearon tres calesas, una tartana, propiedad de D. Acisclo, y dos carros.

A más de esta sociedad cotidiana, no se negaba doña Luz a asistir a otras de más ancha base. Los hijos, hijas, nueras y yernos de D. Acisclo, con crecida y numerosa prole, sus consuegros y consuegras, compadres y comadres, formaban una caterva con quien era menester alternar.

Don Acisclo consiguió que se quitase la mesa de dicho lugar y que se diese a Villafría, población más céntrica y cómoda, según él demostró. En Villafría estaba seguro don Acisclo de que volcaría el puchero en favor de D. Jaime. Volcar el puchero significa poner o colgar todos los votos posibles al candidato a quien se quiere favorecer.

Palabra del Dia

hociquea

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