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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Sobre este último punto no pudo menos de decir doña Luz: Aun concediendo, que ya es harto conceder, que la política sea como V. la entiende, todavía me pasmo, Sr. D. Acisclo, de que, en virtud de los razonamientos de su sobrino de V., haya venido V. a sacar como consecuencia la resolución de ser político y de derrotar a D. Paco, poniéndose en lugar suyo.
D. Jaime dijo D. Acisclo, presentándole a doña Luz ; y luego añadió, dirigiéndose a D. Jaime: La señorita doña Luz, hija del difunto marqués de Villafría.
D. Acisclo, así llamado desde que cumplió cuarenta y cinco años, y que sucesivamente había sido antes, hasta la edad de veintiocho a treinta, Acisclillo y tío Acisclo después. El don vino y se antepuso, por último, al Acisclo, en virtud del tono y de la importancia que aquel señor acertó a darse con los muchos dineros que honrada y laboriosamente había sabido adquirir.
Sin embargo, una gloria con algo de sobrenatural y de ultramundano, si no en los medios en el fin, y adquirida por individuo de su familia, no parecía a D. Acisclo de corto valer tampoco; y tal era la gloria de su sobrino el P. Enrique; gloria que en cierto modo se reflejaba en él y en toda la parentela. Era, casi a par de los dineros adquiridos, timbre de nobleza para su casa.
D. Acisclo tenía en la cuadra baja una de estas imágenes, de cuya cofradía era hermano mayor; pero no era una imagen de tres al cuarto, sino la más complicada que se conocía y la de mayor empeño y coste, ya que en realidad no rezaba con ella aquel decir proverbial de: Santirulitos bonitos, baratos, Ni comen, ni beben, ni gastan zapatos.
Doña Luz distaba mucho de creer que la política fuese lo que por política entendía D. Acisclo: pero, viendo lo convencido que él estaba de que no era otra cosa, y notando además que Pepe Güeto y su mujer no distaban mucho de pensar como don Acisclo, no quiso predicar en desierto ni tratar de convencerlos de que el verdadero concepto de la política era muy diferente.
Su traje sencillo dejaba ver, en los pormenores todos, la elegancia y el buen gusto. La cabalgata se paró a la puerta de D. Acisclo, y éste, seguido de su ahijado y huésped, se halló pronto en la sala, donde aguardaban doña Luz y doña Manolita. Aquí tiene V. a nuestro diputado el Sr.
Esta, antes de leer, conoció la letra y vio la firma que decía: «Enrique». Era de un sobrino, hijo de una hermana que D. Acisclo había tenido, el cual sobrino era fraile dominico, residente en Filipinas.
Don Acisclo, esparciendo el humorismo a un lado y a otro, y con él un vivo deseo de venganza en los pechos de los pollastres a quienes maltrataba. Lo único que me interesaba un poco eran los amores del presbítero don Alejandro con su discípula. A pesar de la vigilancia exquisita de Pepita, se los veía tan pronto en un rincón como en otro, cuchicheando lo mismo que en el confesonario.
Don Anselmo había terciado en los debates, aunque ya no tanto, por haberle tenido también D. Acisclo muy interesado en las elecciones.
Palabra del Dia
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