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Actualizado: 23 de mayo de 2025
En el momento en que Delaberge se volvió hacia él, acercóse el joven a la señora y dijo con cierta brusquedad: Hasta otra vez, señora; he de subir todavía a los bosques de Carboneras. ¿Pero volverá usted por aquí? exclamó la señora Liénard. Es que necesito todavía de usted...
Y se las dio apuntadas con mucho primor en una tarjeta: acercóse también el tío Frasquito y suplicóle encarecidamente que, no bien muriese aquel infeliz, se lo avisase al punto por telégrafo; diole entonces su nombre y señas, y el importe del telegrama: una peseta.
Mas cortés era la señora baronesa de Tunder-tentronck, dixo entre sí Candido. Acercóse en esto el abate al oido de la marquesa, la qual se medio-levantó de la silla, honró á Candido con una risita agraciada, y á Martin haciéndole cortesía con la cabeza con magestuoso ademan; mandó luego que traxeran á Candido asiento y una baraja, y este perdió en dos tallas diez mil duros.
Levantaron los manteles y, estando en esto, vi venir un caballero con dos criados por la huerta adelante, y cuando no me cato, conozco a mi buen don Diego Coronel. Acercóse a mí, y como estaba en aquel hábito, no hacía sino mirarme. Habló a las mujeres y tratólas de primas; y, a todo esto, no hacía sino volver y mirarme.
Acercóse al orador el anciano aquel respetable y quiso calmarle. Por Dios, ¡mi amigo! basta de palabras gruesas; ya se ha desahogado usted bastante. ¡Un poquito de tranquilidad! ¡Ladrones! repitió el joven arrojando su sombrero contra la pizarra.
Hortensia, mi hermana mayor, me estrechaba entre sus brazos. Y Amelia, mi hermana menor, que se encontraba en un extremo de la sala entretenida en ver los grabados de una obra de La Fontaine, acercose a mí con el libro en la mano. Lee, hermano mío, lee me dijo, con lágrimas en los ojos. Era la fábula de Las dos palomas.
Sin mirar a Ramiro, acercose a la hornacina, haciendo como que examinaba el ardid; luego, volviendo su rostro, arrojó su indignación contra la anciana, en las sílabas guturales y fuertes de su algarabía.
Mas en su decadencia, las tres damas no podían pasarse sin perro: y es fama que un día, viniendo doña Paz de visitar á sus amigas las Carboneras, al pasar por la Puerta del Sol, vió á un hombre que vendía unos falderillos de pocos días. Acercóse con emoción y cierta vergüenza, pagó uno con ocho cuartos y se lo llevó bajo el manto.
Quiso descansar un rato y se puso a examinar aquel lugar. Acercóse al cementerio. Estaba tan verde y tan florido, como si hubiera querido apartar de la muerte el horror que inspira. Las cruces estaban ceñidas de vistosas enredaderas, en cuyas ramas revoloteaban los pajarillos, cantando: ¡Descansa en paz!
Acercóse la duquesa y, antes de que abriese la boca, Felicita se le adelantó: Ya sé lo que me va a decir, señora duquesa. Lo sé y no quiero oír de fuera la acusación. Estoy convicta y confesa. Llévenme a la cárcel, denme vil garrote. Yo le he matado.... No delire, pobre mujer. Revístase de fortaleza para escucharme. Le traigo un manjar amarguísimo; pero con un granito de dulzura y de consuelo.
Palabra del Dia
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