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A este pensamiento hubo de responder, por misteriosa concatenación, el de Ponte Delgado, que dijo: «¡Lástima que Nina, ese ángel, no esté presente!... Pero no debemos suponer que le haya pasado ningún accidente grave. ¿Verdad, Sr. D. Romualdo? Ello habrá sido...

El telegrama le había trastornado. No sabía lo que pensar, pero sentía una zozobra inmensa. Lo primero que le había venido al pensamiento era que Elena estuviese enferma, le hubiese ocurrido cualquier accidente. Sin embargo, no parecía natural que le avisasen en aquella forma enigmática. Luego pensó en Clara, en el niño. Tampoco imaginaba que era forma adecuada de darle la noticia.

Pocos días después llegó del castillo un correo que venía a escape y traía para Domingo una carta enlutada, cuya lectura le anonadó a pesar del gran dominio que tenía sobre mismo en materia de emociones. Oliverio había sido víctima de un grave accidente. ¿De qué clase? No lo expresaba la carta, o Domingo tenía sus razones para no explicarlo más que a medias.

La atloteria, contenta del accidente, que añadía algún tiempo más a su cortejo, contemplaba a Margalida vestida con su traje de gala, sentada en el centro de la pieza, junto a una silla vacía. Todos habían pasado por ésta en el curso de la noche; algunos miraban con cierta ansiedad al asiento, pero sin atreverse a ocuparlo de nuevo.

Jamás se me había ocurrido averiguar si Agustín tenía familia, hasta, tal punto tenía la manera de ser de los huérfanos, es decir, el aire de independencia y abandono, o en otros términos el carácter de una vida individual, sin orígenes, ni deberes, ni vinculaciones, ni dulzuras. Se ruborizó levemente al pronunciar la frase «accidente de mi nacimiento» y comprendí que era más aún que huérfano.

Aún en medio de sus preocupaciones, Torrebianca pensaba en su mujer. ¡Pobre Elena! He hablado con ella hace un momento... Creí que iba á sufrir un accidente al contarle yo cómo había visto el cadáver de Fontenoy. Este suceso ha perturbado de tal modo su sistema nervioso, que temo por su salud.

Mirome él con profunda lástima, y me preguntó con el mayor interés, cómo me había pasado aquel accidente. ¿Accidente? exclamé sorprendida. Tienes la frente amoratada, mi pequeña Reina. La tonta habrá subido a algún árbol o a alguna escalera observó mi tía. , a una escalera respondí, es verdad. ¡Pobrecita! exclamó el cura desolado, y ¿caíste de boca? Yo hice una inclinación afirmativa.

El único rumor que turbaba el profundo silencio de nuestro regimiento, donde hasta los caballos parecían contener el aliento y explorar el campo con atónitos ojos, era un ligero y casi imperceptible son metálico producido por las estrellas de las espuelas. Aquel temblor de piernas es un accidente que la caballería observa siempre en el comienzo de toda batalla.

Esto es perfeccion, es ser, es fuerza de ser; negarle pues la calidad de accidente es remover una negacion. Además, por lo mismo que se le atribuye el ser substancia, se le niega el ser accidente; estas dos ideas son contradictorias, no pueden atribuirse á un mismo tiempo á un mismo sujeto. Con esto no se niega nada; y para convencernos de esta verdad recordemos lo que es simple. VI, Cap.

Allí se pone ese holgazán todas las noches. Le conozco; tiene una voz ronca y pausada. ¿Quién, el sapo? , señor. Ya nos acercamos al fin. En efecto; allá veo como un ojo que nos mira. Es la claridad de la boca. Cuando salieron, el primer accidente que hirió los sentidos del doctor, fue el canto melancólico que había oído antes.