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El público del sol, que vio esta maniobra, púsose de pie con airada protesta. ¡Ladrón! ¡Asesino!... Indignábase en nombre del pobre toro, cual si éste no hubiese de morir de todas suertes; amenazaban con el puño al Nacional, como si acabasen de presenciar un crimen, y el banderillero, cabizbajo, acabó por refugiarse detrás de la barrera.

Todo el buque tembló de la quilla al extremo de los topes, de la proa al timón, con un estremecimiento mortal, como si unas tenazas invisibles acabasen de inmovilizarlo en plena carrera. El capitán quiso explicarse este accidente. «Hemos encallado se dijo ; un escollo que no conozco; algo que no figura en las cartas...»

A vuelo de pájaro, está a mil pasos apenas del molino de Felshammer, que parece hacer señas por arriba de los álamos del río. Si la multitud de tiradores no hiciera ese ruido ensordecedor, se oiría claramente el mugido del agua. ¡Si acabasen de una vez todas estas tonterías! dice Juan.

Esperé a que se acabasen las elecciones dichosas, porque creía que saldríamos de aquí y entonces se me pasaría el miedo.... Yo tengo miedo en esta casa, ya lo sabe usted, Julián; miedo horrible.... Sobre todo de noche.

Todos dormían en sus camarotes. Sólo en el puente vió á un grupo de personas: el capitán y todos los oficiales, algunos de ellos vestidos á la ligera, como si acabasen de ser arrancados al sueño. Pasando ante la oficina telegráfica obtuvo la explicación del suceso.

Fuera del boliche ahora almacén , unas en espera de sus maridos para que no bebiesen demasiado, y otras al atisbo de los compañeros de sus noches, estaban las bellezas más notables de la Presa, mestizas de tez de canela y ojos de brasa, con cabelleras duras de color de tinta y dientes de luminosa blancura, unas exageradamente gordas; otras absurdamente flacas, como si acabasen de salir de una población sitiada por hambre ó como si una llama interior devorase sus jugos.

Desde el Mercado nos dirigimos, dando un rodeo, hacia la Calle de la Rúa, cuyo anticuado aspecto habíamos oído celebrar mucho; pero, antes, al pasar por cierta solitaria plazuela, tuvimos que hacer otra parada para contemplar á dos notabilísimos personajes que, rodeados de gran número de bestias y de montones de costales llenos y vacíos, contaban dinero á la puerta de una vetusta casa, como si en ella acabasen de comprar ó de vender trigo, cebada, maíz ó cosa tal.

Quedóse mirando con respeto la figura triste de aquel hombre, detenido por la muerte en la más lozana senda de la vida, y recordó una elocuente oración de su libro que rezaba: «¡Oh, día clarísimo de la eternidad que no le oscurece la noche, sino que siempre le alumbra la suma verdad; día siempre alegre, siempre seguro y sin mudanza!... ¡Oh, si ya amaneciese este día y se acabasen todas estas cosas temporales!...»

Después, como sufriese demasiado, temiendo que sus negros pensamientos acabasen con su razón, le dio por recorrer los contornos a pie o a caballo, hasta fatigarse. El cansancio corporal prestaba descanso a su espíritu; el espectáculo de la naturaleza serenaba su atormentada imaginación. Era un tarde fría y oscura.

Callaría si el arte de la seda hubiese ganado algo con nuestra ruina; pero me sublevo al ver que lo de allá, que es lo que priva, ni es arte ni nada. Industrialismo vil: estafa y nada más. ¿Dónde están los tejidos de pura seda que un puñal no podía atravesar? ¿Dónde los terciopelos que pasaban de abuelos a nietos, como si acabasen de salir de la tienda?