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Actualizado: 3 de junio de 2025


Una vez creí haber encontrado esa alma semejante a la mía y le confié mi dicha. ¿Quién podría repetir el encanto de esas horas de embriaguez en que, recostado sobre el seno de Eulalia, respirando su aliento, atento al menor latido de su corazón y en que todas mis facultades se abismaban en una sola de sus miradas? ¡Y, no obstante, me ha engañado! y cuando, al estrecharla en los tristes abrazos de una larga despedida, le pedí el título de esposo, me lo concedió ante el padre de todo amor. ¿Qué derecho me ha arrebatado? ¿por qué me ha reducido a este estado de anonadamiento?

¡Disgustado! ¡Disgustado contigo, Luisa mía! ¡Oh, no!, ¡no! dijo Gaspar . Pero verte tan apenada me destroza el alma... ¡Ah!, pero si tienes un poco de ánimo..., entonces me iré contento. Pues, , lo tengo... Dame un beso... ¿Lo ves? Ya no soy la misma, ¡quiero ser como mamá! Los dos jóvenes se dieron los abrazos de despedida con serenidad.

El poeta lloró otra vez, besando á su ahijado. Ya no vería más á este coloso que parecía repeler sus débiles abrazos con el fuelle de su respiración. Ulises, ¡hijo mío!... piensa siempre en Valencia... Haz por ella todo lo que puedas... Ya lo sabes. ¡Siempre Valencia!

Renováronse entonces los abrazos, que el barón y el veterano no tardaron en devolver con creces, poseídos de inmensa alegría. Durante el viaje de regreso oyeron sus amigos el relato de sus portentosas aventuras.

En suma, a los doce días de casados, durante los cuales, ciega doña Luz para cuanto la rodeaba, apenas vio ni habló más que a D. Jaime, éste, colmado de abrazos y de caricias, tratando de enjugar las tiernas lágrimas que derramaba doña Luz, y mostrándose él mismo muy conmovido, salió de Villafría para Madrid, dejando a doña Luz sola en su vetusto y noble caserón, donde, según queda ya indicado, había ella hecho trasladar todos los muebles, primores y libros, que en casa de D. Acisclo habían adornado su habitación antes de la boda.

Al principio, la temperatura en el gabinete era bastante baja; pero no tardaba la atmósfera en caldearse. Como la habitación era mucho más reducida que el salón general, cuanto pasaba en ella parecía más extraño y más desordenado. Se bebía, se reía, hablaban todos a la vez, no oyendo sino sus propias palabras; se cambiaban declaraciones de amor, abrazos y, a veces, bofetadas.

En esto entró Juan, y él y su pariente se dieron los abrazos de ordenanza. Para ponerse a almorzar no faltaba más que Villalonga. «¿Pero qué? dijo el Delfín , ¿le esperamos? Sabe Dios a qué hora vendrá. Anoche se retiraría a las tres de la tertulia del Ministro de la Gobernación, y estará todavía en la cama».

Dióme mil abrazos y otro pollo para , y yo fuíme con él adonde había dejado sus compañeros, e hice hacer en casa de un pastelero una cazuela, y comímelos con los demás criados. Supo el ama y don Diego la maraña, y toda la casa la celebró en extremo. El ama llegó tan al cabo de pena que por poco se muriera, y de enojo no estuvo a dos dedos a no tener por qué callar de decir mis sisas.

Por desgracia tuya y fortuna mía, eres la primera crónica que pesco a mano desde mi llegada a Madrid; porque no miento si te juro que me largué al Real con el polvo del camino, después de cumplir con la dispersa familia con dos apretones de manos y tres abrazos a escape.

Los amigos del alemán, viéndolo sano y triunfador, se lo llevaban al fumadero con abrazos y palmadas en la espalda. Sonaron los taponazos del champán como prólogo de la descripción del combate. Algunos pasajeros volvían la espalda con indignación para no presenciar esta apología del homicidio.

Palabra del Dia

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