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Actualizado: 10 de junio de 2025


Se observan sensaciones de presion sobre el vientre, dolores cólicos, timpanitis, meteorismo, pero ningun dolor, porque los únicos que se han referido para el abdómen, pertenecen á los músculos psoas, á la íngle y anillo inguinal.

Atravesó suburbios poblados por gente de raza africana, en los cuales el sonido de la trompa hacía asomar a las puertas unas negras enormes, tetudas, encorvadas por el volumen de sus vientres colgantes, y hacía correr tras de las ruedas un sinnúmero de pequeños diablos desnudos, con la cabeza como una bola de estopa aceitosa, y ostentando en mitad de su abdomen el ombligo en relieve igual a un botón.

Cuando el nuevo visitante se hubo cansado de mirar á Gillespie, medio tendido en la arena, saltó sobre uno de sus tobillos, que eran lo más accesible de las piernas en reposo. Luego empezó á caminar sobre la arista huesosa de la pantorrilla, pasando la redonda plaza de la rótula, para seguir avanzando por el lomo redondo del muslo, deteniéndose únicamente junto al abdomen.

Esta vez, los recónditos y gargarizantes pavos del señor Colignon permanecieron taciturnos. El francés apoyó horizontalmente el antebrazo en la depresión o meseta superior del abdomen, sustentó el opuesto codo sobre aquella mano, y con la otra mano se cubrió el huevo y la huevera de latón, esto es, la barbeta y la perilla, en actitud napoleónica y cogitabunda.

A estos desórdenes de la sensibilidad y de la contractilidad cuyo sitio es el abdómen, es preciso agregar deposiciones blandas, necesidad frecuente de defecar, particularmente despues de la comida; esfuerzos inútiles ó defecacion lenta como por atonía de los intestinos, ó una diarrea con esfuerzos.

Era el padre de la Charanga, que lloraba ante el cadáver de su pupilo. El médico se fijó en el abultado abdomen del muerto, é hizo que un miñón desliase la faja negra. Aparecieron dos botinas de mujer con la suela blanca y el charol deslumbrante; el calzado con que sueñan las muchachas de las minas como una elegancia suprema.

La bandeja escapó de sus manos, y fué tambaleándose como un ebrio, hasta aplastar su abdomen contra la barandilla del puente. «¡Cristo del Grao!...» A Ferragut también se le cayó el vaso que llevaba á su boca, y el oficial francés, sentado en un banco, casi se dobló sobre las rodillas. El timonel tuvo que agarrarse á la rueda con un crispamiento de sorpresa y de terror.

Varios de ellos habían cambiado de postura con una rapidez inexplicable. Ahora estaban tendidos de espaldas y parecían dormir. Uno tenía abierto el uniforme sobre el abdomen, mostrando entre los desgarrones de la tela carnes sueltas, azules y rojas, que surgían y se hinchaban con burbujeos de expansión. Otro había quedado sin piernas.

El digno Inglés roncaba aún con toda la energía de un opulento abdómen, y nuestros dos Franceses disputaban todavía con calor sobre sus proyectos de vida parisiense, cuando el tren se detuvo en el embarcadero de Dover. Todo el mundo corrió hacia el puerto, en solicitud del vapor-correo que debia conducirnos á Calais, al través del canal de la Mancha.

El molusco que se arrastra sobre su abdomen fué el pobre siervo de la gleba. El pulpo, con todo su orgullo, su hinchazón, su ronquido, mal nadador y andarín nulo, no deja de ser por eso el siervo de la casualidad: sin su potencia de embotamiento no hubiese podido vivir.

Palabra del Dia

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