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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Declárese el estado de sitio, y al más pequeño disturbio, coger á todos los ricos é ilustrados y... ¡limpiar el país! Si no llego á tiempo para aconsejar la moderacion, añadía el P. Irene, dirigiéndose á Capitan Tiago, de seguro que la sangre corría ahora por las calles.
La devota sumisión á su mujer añadía á dicha calidad de correcto una tintura de mansedumbre. Don Valentín había sido en su mocedad muy buen católico, pero sin fervor penitente y sin inclinaciones místicas y contemplativas. Ahora, por no desazonar á su mujer, se esforzaba por remedar á San Hilarión ó á San Pacomio.
El día que os caséis prometo emborracharme... lo que no hice en los días de la vida. Y empujando al mismo tiempo á Velázquez contra Mercedes, añadía: ¡Anda! ¡Abrázala, cobarde!... ¡Hazte cuenta que no somos nadie! Pepa y Paca alzaban á su vez á Mercedes y la empujaban hacia su novio.
Ella no se atreve a hablar sinceramente, pero está desconocida: se ha hecho seca y arisca; de cuando en cuando suelta unas frases... que revelan un egoísmo... «Las mujeres feas y muy ricas dice no pueden ser felices en el mundo; a cada paso un desengaño. No se pierden como las bonitas, pero les hacen creer en el amor, y luego... nada. Ya ves, yo por ejemplo añadía ¿qué puedo esperar?
Vosotros añadía Gabriel no sufrís la esclavitud del trabajo como los que viven en plena explotación moderna. La Iglesia no os exige grandes esfuerzos, el servicio de Dios no os destruye por medio de la fatiga, pero os mata de hambre. Existe una desigualdad monstruosa entre lo que ganan los que cantan sentados en el coro y vosotros que prestáis al culto el esfuerzo de vuestros brazos.
Sus manos, tan flacas que se veía en ellas patente el juego de los huesos del metacarpo, llenaban el tablero de pitillos en un decir Jesús; así es que el día le salía por mucho, y alcanzábale su jornal para vivir y vestirse, y, añadía ella, para lo que le daba la gana.
La estrechez de las aceras, obligando al transeúnte a contradanzar constantemente del arroyo a las baldosas, añadía nueva incomodidad a la molestia de la bulla, del mal olor y del polvo.
Como todos los hombres mediterráneos, no bajaba á tierra sin llevar el aguijón oculto en el talle, y había pinchado para abrirse paso. «¡Qué tiempos!», pensaba el Tritón, con más nostalgia que remordimiento. Y añadía como excusa: «¡Ay, entonces tenía yo veinticuatro años!»
Y al extender sus brazos con un gesto de inmensidad, como si nadie pudiese abarcar la fortuna de Jaime, añadía convencido: Un Febrer nunca es pobre. Usted no podrá serlo nunca. Después de estos tiempos otros vendrán. Jaime desistió de hacerle reconocer su pobreza. Mejor era que le creyese rico.
Que sí, que no eres más que femenina te digo... y todas tus hermanas lo mismo. ¡Házmelo bueno arrastrao! ¡házmelo bueno! Cuando quieras replicaba él con firmeza, y añadía con énfasis: Y tu madre igual... ¡Á mi madre no la toques, sin vergüenza porque vamos á salir mal! ¡Todas! ¡todas lo mismo! replicaba Antonio con el mayor desprecio, volviéndose á los circunstantes que estallaban de risa.
Palabra del Dia
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