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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Por toda respuesta, la Pitusa mandó a Benina que la siguiera, y ambas, agachándose, se escurrieron por el agujero que hacía las veces de puerta entre los estantillos del mostrador. De la otra parte arrancaba una escalera estrechísima, por la cual subieron una tras otra. «Es una persona decente, como quien dice, personaje añadía Benina, segura ya de encontrar allí al infortunado caballero.
De manera decía doña Celestina con voz imperiosa que yo le doy a la Shele cuatro onzas y dos vacas. Y las azadas y el trillo añadía Machín el viejo. Bueno, y las azadas y el trillo. ¿Con esto estamos ya conformes? Es que ... decía Machín padre, rascándose la cabeza como la chica ha quedado en ese estado, yo no sé si estará bien..., porque las gentes dirán que ... Eso ya os lo he dicho antes.
Siempre que la expedición hacía un alto, y muchas veces mientras caminaba, recontaba los votos seguros, añadía los recaudados últimamente, y acababa por formar un estado general, cercenando una tercera parte de los probables y añadiéndoselos al enemigo, para ponerse don Simón en el peor caso imaginable.
Luego cosa es clara, añadia yo, que debiera uno escoger no tener migaja de razon, si en algo contribuye la razon á nuestra infelicidad. Todo el mundo fué de mi mismo dictámen, mas ninguno hubo que quisiese entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento. De aquí saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, mas aprecio hacemos todavía de la razon.
Eso depende... dijo la señora de Bray. ¿De qué, señora? De la opinión que se tiene sobre los méritos de la soledad y sobre todo de la mayor o menor importancia que uno da a la familia añadía ella mirando involuntariamente a sus hijos y a su marido.
Muy señor mío añadía don Simón, quitándose los guantes, abriendo las solapas y dando un cigarro al campesino, para lucir tres cosas de un golpe: su rumbo, su cadena y sus diamantes.
Los concurrentes cantaron, bailaron, bebieron, gritaron; y no faltaron los chistes y agudezas propias del país. La tía María iba, venía, servía las bebidas, sostenía el papel de madrina de la boda, y no cesaba de repetir: Estoy tan contenta, como si fuera yo la novia. A lo que fray Gabriel añadía indefectiblemente: Estoy tan contento, como si fuera yo el novio.
Durante todo el camino los dos charlaban y se contradecían. El cura reprochaba a Bernardo que no fuera a misa, y éste respondía: Mi mujer y mis hijas van por mí... Bien sabéis, señor cura, que así somos nosotros. Las mujeres tienen religión por los hombres. Ellas nos harán abrir la puerta del Paraíso. Y maliciosamente añadía, dando un suave latigazo a la vieja yegua: ¡Si lo hay!
¡Cuántas veces sonreía el Magistral con cierta lástima al leer en un autor impío las aventuras ideales de un presbítero! «¡Qué de escrúpulos! ¡qué de sinuosidades! ¡cuántos rodeos para pecar! y después ¡qué de remordimientos! Estos liberales añadía para sí ni siquiera saben tener mala intención. Estos curas se parecen a los míos como los reyes de teatro se parecen a los reyes».
Con una mezcla de envidia y de inconsciente interés, contemplaba Delaberge a ese joven robusto, bien tallado, de mirada profunda y franca, de maneras simples y correctas, y pensaba aun sin quererlo: «He aquí un muchacho del que me gustaría ser padre». Después, dejándose llevar por la pendiente de sus ensueños matrimoniales, añadía para sí: «Todavía puedo tener hijos, no he de perder la esperanza; no falta sino la mujer, y yo sé de una, no lejos de aquí, con la que me casaría de buena gana...»
Palabra del Dia
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