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Los hombres se prendaban de ella, la perseguían y se llenaban de esperanzas; pero, no bien querían propasarse para que se lograsen, Nicolasa se revestía de gravedad y entono, propios de la mejor heroína de Calderón, hablaba de la inestimable joya de su castidad y limpísima honra, y ponía á raya todo atrevimiento, todo desmán y todo propósito amoroso algo positivo que no llevasen por delante al padre cura.

En cuanto a lo de que mi hermano pudiera propasarse conmigo, añadió sonriendo como guapo amenazado mire Vd., tampoco a me faltan bríos. La descarada sonrisa del cura y su ademán de amenaza, sacaron de quicio a Millán. No necesita Vd. insistir en ello: conozco esa mansedumbre perfectamente sacerdotal. ¡Caballero! Hombre, casi me alegro de que me haya usted dado ocasión de desahogarme.

Nunca habrás visto a Manolito, ni a Paquito, ni al baroncito, ni al vizconde, ni a Mesía, que no es noble, pero anda con ellos, propasarse en lo más mínimo.... Pero en el trato íntimo, el que no es más que de la clase, ya es otra cosa. Otra cosa muy distinta dijo doña Anuncia, comprendiendo que a ella, por mayor en edad, le tocaba seguir explicando el ten con ten.

Se sublevaba, se sublevaba; que lo supieran sus tías difuntas; que lo supiera su marido; que lo supiera la hipócrita aristocracia del pueblo, los Vegallana, los Corujedos... toda la clase... se sublevaba...». Así era el cuarto de hora de Anita, y no como se lo figuraba don Álvaro, que mientras hablaba sin propasarse, estaba pensando en dónde podría dejar un momento el caballo.

La inocencia de Edelmira era tan poco espantadiza que Paco hubiera podido propasarse a pisarle un pie sin que ella protestase a no sentirse lastimada. «Además, pensaba la joven, estas son cosas de aquí»; la tradición contaba mayores maravillas de la casa de los tíos. Obdulia, sentada enfrente, miraba a veces con languidez a la rozagante pareja.

Acabo de ver al sucio de Antonio propasarse contigo sin que te hayas dado por ofendida... Por milagro de Dios no le he dejado clavado á la pared como un sapo... Vuelvo á suplicarte que si me aprecias en algo dejes de hablar con ese hombre... Ya te he dicho que no lo puedo soportar... ¡Vamos, que no puedo!... Pues haz por soportarlo respondió secamente la joven.

Era capaz de disimular el enojo y hasta de no enojarse contra un buen mozo que, atrayéndola con exquisito arte o por sorpresa, la besase, imprimiendo al beso aquella deliciosa ingenuidad del niño que se apodera de una golosina; pero a cuantos se atrevieron a propasarse con ella ofreciéndole dinero, les recibió como se recibe a un perro en un juego de bolos.