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La mazorca ha sido un instrumento poderoso de conciliación y de paz, y si no, id a ver los resultados y buscad en la tierra ciudad más conciliada y pacífica que la de Buenos Aires.

Y don Álvaro, como si lo estuviera pasando todavía, describía la obscuridad de la noche, las dificultades del escalo, los ladridos del perro, el crujir de la ventana del corredor al saltar el pestillo; y después las quejas de la cama frágil, el gruñir del jergón de gárrulas hojas de mazorca, y la protesta muda, pero enérgica, brutal de la moza, que se defendía a puñadas, a patadas, con los dientes, despertando en él, decía don Álvaro, una lascivia montaraz, desconocida, fuerte, invencible.

Facundo anda en persona al lado del cañón que lleva la víctima moribunda por las cuatro esquinas de la plaza, porque Facundo es muy solícito en esta parte de la administración; no es como Rosas, que desde el fondo de su gabinete, donde está tomando mate, expide a la mazorca las órdenes que debe ejecutar, para achacar después al entusiasmo federal del pobre pueblo todas las atrocidades con que ha hecho estremecer a la humanidad.

Vuelvo la cabeza y me veo a la vizcondesa de Mazorca. ¡Pero vizcondesa! ¿es usted? Me informo de la salud del vizconde y de los niños y de buenas a primeras me dice con mucha gracia: «Araceli, por ser día señalado le regalo este bolsillitoMiro el bolsillo y veo que es el mío, que había dejado olvidado sobre la silla.

Los cívicos de Córdoba pertenecen desde entonces a la ciudad, al orden civil, a la civilización. La juventud cordobesa se ha distinguido en la actual guerra por la abnegación y constancia que ha desplegado, siendo infinito el número de los que han sucumbido en los campos de batalla, en las matanzas de la mazorca, y mayor aún el de los que sufren los males de la expatriación.

Estos registros, reunidos después en la oficina de gobierno, han servido para suministrar gargantas a la cuchilla infatigable de la mazorca durante siete años.

Este mismo Bárcena era el jefe de la mazorca que acompañó a Orive a Córdoba, y que en un baile que se daba en celebración del triunfo sobre Lavalle, hacía rodar por el salón las cabezas ensangrentadas de tres jóvenes cuyas familias estaban allí.

Encerrado meses en su casa, sin dejarse ver de nadie, él solo dirige la guerra, las intrigas, el espionaje, la mazorca, todos los diversos resortes de su tenebrosa política; todo lo que no es útil para la guerra, todo lo que no perjudica a sus enemigos, no forma parte del Gobierno, no entra en la administración.

En Matalerejo, y en todo su valle, reina la codicia, y los niños rubios de tez amarillenta que pululan a orillas del río negro que serpea por las faldas de los altos montes de castaños y helechos, parecen hijos de sueños de avaricia. Paula era de niña rubia como una mazorca; tenía los ojos casi blancos de puro claros, y en el alma, desde que tuvo uso de razón, toda la codicia del pueblo junta.

Los diarios de Montevideo empezaron a llamar salvaje a Rosas; un día la Gaceta de Buenos Aires apareció con esta agregación al tema ordinario: muera los salvajes unitarios; repitiólo la mazorca, repitiéronlo todas las comunicaciones oficiales, repitiéronlo los gobernadores del interior, y quedó consumada la adopción. «Repita usted la palabra salvaje escribía Rosas a López hasta la saciedad, hasta aburrir, hasta cansar.