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Es lo primero que he puesto en la lista de encargos que dejo a Enríquez, y para que no se le olvide, siempre que le veo machaco en lo mismo. «Cuidado cómo deja usted de entregar... cuidado, Enríquez... El pico de mi amiga es lo primero». Muy mal le supo a esta tal dilación; pero como la promesa parecía tan solemne y no era mucho esperar al 5 de Agosto, hubo de tranquilizarse.

Cuando le trajeron estaba algo amarillo, tenía su poquito de miedo; pero apenas entró, ¡como el pez en el agua!... Si le dejásemos, cobraría el barato. Quiere ser el jefe, le disputa el cartel al Machaco: las echa de matoncillo... Maltrana, mirando a su hermano con repugnancia, siguió reconviniéndole.

El empleado preguntaba al Machaco, y éste contestó, sonriendo con sencillez infantil: Con ésta veintitrés. -Te han traído por un portamonedas de señora, ¿verdad?... Le darías tirón y echarías a correr. No, señor dijo el Machaco poniéndose serio . Lo saqué de dentro del bolsillo. Yo ya no hago esas cosas.

Las bofetadas se sucedían a las bofetadas, los porrazos a los porrazos. De cada golpe se inflaba un carrillo. Trabados al fin de manos y brazos, cayeron rodando. Zarapicos debajo, Pecado encima. Pecado vencía, y machacó sobre su víctima con ferocidad. El niño rabioso supera en barbarie al hombre. ¿Habéis visto reñir a dos pájaros? El tigre es un animal blando al lado de ellos.

El guía de Maltrana los conocía a todos como antiguos parroquianos de la casa. El primero en quien se fijó fue el Machaco. Cuando le trajeron por primera vez dijo el empleado tenía tanto miedo, que en el rastrillo le dio un accidente y hubo que curarle. Después, mira esto como su casa... , ¿cuántas veces has venido?...

Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo: -Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus decendientes se llamaron, desde aquel día en adelante, Vargas y Machuca.

En aquella carrera furiosa sacudió un garrotazo á Gabriel de Arbín que le hizo morder el polvo, machacó las costillas á Pepín de Solano y alcanzó también con un palo en la cabeza al bravo Angelín de Canzana, que se vió necesitado á retirarse del combate. Antes de llegar cerca de Celso éste le salió al encuentro. ¡El insensato! No sabía que Toribión le aventajaba mucho en valor y en fuerzas.