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Ahora que te lo digo, ahora que por última vez voy a hacer que mi palabra llegue hasta ti, aunque sea desde lejos, Dios habrá de perdonarme si me complazco en recordar mi extravío, no ya para llorarle y lamentarle arrepentida, sino para deleitarme y glorificarme con su recuerdo.

Ya soñaba que Jacinta se le presentaba a llorarle sus cuitas y a contarle las perradas de su marido, ya que las dos cuestionaban sobre cuál era más víctima; ya, en fin, que transmigraban recíprocamente, tomando Jacinta el exterior de Fortunata y Fortunata el exterior de Jacinta.

Los conozco lo mismo que si viviese con ellos, porque justamente la que les cose es hermana de una amiga mía íntima. Avaros, miserables como la sarna. La madre y el tío son capaces de llorarle a uno el agua que bebe; el padre no es tan cutre, pero es un infeliz; lo tienen dominado, y pide permiso a su mujer cuando corta pan del mollete.

La del diente menos, estirándose más y tomando una actitud más que perezosa, chabacana, le dijo entre risas muy descorteses: «Si estuviera aquí la Señora, no pasaría usted esos apurillos, porque con echarse a sus pies y llorarle un poco... Dicen que la Señora consuela a todas las amigas que le van con historias y que tienen maridos tacaños o perdularios.

Era tan infeliz aquel muchacho, que cuando doña Carolina venía a llorarle alguna lástima, por su gusto le entregaría todo el dinero que había en la casa. ¿Para qué necesitamos nosotros tanto? decía a menudo a su esposa. Para nuestro hijo y para los que puedan venir respondía Carlota. Mario le apretaba la cara con entusiasmo.

Tenía quizá también a su anciana madre para llorarle, para llorar al que había mecido en sus brazos cuando niño. ¡Era quizás un porvenir brillante que se malograba, un nombre ilustre que se extinguía en él! ¡Qué pesar debía producir su muerte! ¡Cuánto debían llorarle! ¡Dichoso, tres veces dichoso joven! ¡qué no debía a la culebrina de Kernok! con una bala había hecho un héroe llorado en los tres reinos. ¡Qué hermosa invención la de la pólvora!

Sentía bullir bajo sus pies la poderosa máquina y pensaba que cada vuelta de aquel rápido motor le alejaba de la cautividad y lo acercaba á los que le amaban y no habían cesado de llorarle. Sus miembros estaban como entumidos, pero su pensamiento se destacaba poco á poco como de una bruma y aparecía luminoso y activo.

Nosotros contemplábamos su cadáver aún caliente, y nos parecía mentira; creíamos que había de despertar para mandamos de nuevo, y tuvimos para llorarle menos entereza que él para morir, pues al expirar se llevó todo el valor, todo el entusiasmo que nos había infundido.