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La del diente menos, estirándose más y tomando una actitud más que perezosa, chabacana, le dijo entre risas muy descorteses: «Si estuviera aquí la Señora, no pasaría usted esos apurillos, porque con echarse a sus pies y llorarle un poco... Dicen que la Señora consuela a todas las amigas que le van con historias y que tienen maridos tacaños o perdularios.
Hecho lo cual, arrojó sobre la mesa el palitroque, murmurando: «¡Quien tal hizo, que tal pague!» ¿Lo tenéis por inverosímil? Pues sois tacaños. ¿Os parece demasiado? Es que no habéis sentido los embriagadores halagos de Cristeta. ¿Fue arranque de hermosísima liberalidad? Tampoco.
Entre los tacaños, Linares.... ¡Las tenazas de Nicodemus! Porras era maldiciente; pero tenía una cualidad muy rara en los murmuradores: no calumniaba ni ofendía. Por lo menos nadie se daba por lastimado. Con una gracia particular y cierto no sé qué donoso y chispeante, provocaba a reir, por mucho que de ordinario alzaran ámpulas sus censuras.
Algunas tardes se iban á pasear juntos los dos tacaños, charla que te charla; y si en negocios era Torquemada la sibila, en otra clase de conocimientos no había más sibila que el Sr. de Bailón.
Palabra del Dia
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