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Así que todos manducaron a su sabor, echaron las sobras revueltas en un plato, como para un perro, y se las dieron al paisanillo, que se acostó ahíto, roncando formidablemente hasta el otro día. Amparo madrugó para asistir a la Fábrica. Caminaba a buen paso, ligera y contenta como el que va a tomar posesión del solar paterno.

El gitano bostezaba formidablemente, y esperaba la hora del suplicio con tanta impaciencia como el hombre que tiene mucho sueño y desea tenderse en su cama. Sin embargo, faltaban aún diez y siete horas. Los monjes cesaron de cantar, porque la voz se fatiga; el verdugo se levantó, porque la presión del pavimento sobre las rótulas es bastante dolorosa.

En fin, tirando el sombrero sobre la nuca, estirando la pierna, empinando el vientre, bostecé formidablemente. Mucho tiempo rodé así por la ciudad, bestializado en un goce de Nabab. Súbitamente, un brusco apetito de gastar, de disipar oro, vino a llenar mi pecho como una ventolina que hincha una vela. ¡Pára, animal! grité al cochero. El coche se paró.

Y entonces se percibe en lo hondo una voz que grita: «No, no hay habitación en esta casa». ¿Sabe usted? me dice el zagal . Es que ha llegado una estudiantina, y están todas las fondas ocupadas. Vuelve a rodar la tartana por las calles desiertas. Se oyen, a lo lejos, dos campanadas largas. Son las dos y media. Otra puerta torna a ser aporreada formidablemente. Tampoco hay habitación en esta casa.

La voz del seminarista, entonando sin cesar sus groseras anacreónticas, resonaba formidablemente entre las peñas. Andrés callaba ya como un mudo. Se hallaba sobrecogido de respeto y emoción ante aquella vigorosa naturaleza, que no había visto más que en los paisajes al óleo o a la aguada. ¿Estamos muy lejos de Riofrío, amigo? No, señor; ya hemos entrado en el concejo de las Brañas.

Y todavía, mi general, en mi país, cuando a propósito de Macao, se habla del Imperio Celeste, los patriotas se pasan los dedos por las greñas y dicen negligentemente: «Mandamos allá cincuenta hombres y barremos la China». Después de citar esta sandez, quedamos silenciosos. El general, tosiendo formidablemente, murmuró luego, con condescendencia: ¡Portugal es un bello país!