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Aseguran en Mendoza, que fué á buscarle un indio de aquellas cercanias, trayéndole dos caballos ensillados á la gineta, y dijo eran de dos caballeros que habian salido de los Césares en busca de españoles, y que los indios de la faccion, de que era cacique, inadvertidamente los habian muerto.

Desde muy temprano, la mañana de la víspera, ya están todos los cabildantes, oficios militares y demás empleados del pueblo vestidos y con caballos ensillados para salir a recibir al camino al gobernador, a los tenientes y a los curas, administradores y cabildos de otros pueblos, convidados a la fiesta; tienen puestas espías en todos los caminos, y en avisando que viene alguno salen a medio cuarto de legua a encontrarlo; allí lo saludan, le dan la bienvenida y lo acompañan hasta su alojamiento.

A la mañana siguiente, cuando Baldomero entró al dormitorio, con las primeras luces del día, a despertarles, para montar en los caballos ya ensillados, Lorenzo y Ricardo, dijeron casi al unísono: ¡Yo no puedo moverme!... ¡ay!...

Sin perder un minuto, hizo Cador llevar á una salida excusada de palacio dos dromedarios ensillados de los mas andariegos; en uno montó Zadig, que no se podia tener, y estaba á punto de muerte, y en otro el único criado que le acompañaba. A poco rato Cador sumido en dolor y asombro hubo perdido á su amigo de vista.

Cuando gusten, señores, ya están ensillados los caballos exclamó Baldomero aproximándose a la ventana del comedor, donde se encontraban tomando te Lorenzo y Melchor, quien al oírle se volvió hacia la ventana diciendo: Vamos en seguida, esperamos a Ricardo que todavía está en el baño. ¡Y está linda la tarde!... fresquita. ¿Realmente, Baldomero, y usted nos acompañará? le preguntó Lorenzo.

«¿Por qué no? se dijo . Lo mismo es ésta que las que bailan en el boliche del Gallego. ¡Todas mujeresContinuaron su paseo por la orilla del río la marquesa y sus dos acompañantes. De pronto, ella se levantó un poco sobre la silla para ver más lejos. En una pradera orlada de pequeños sauces por la parte del río había dos caballos sueltos y ensillados.

Amarrados a unas anillas del muro estaban en fila seis jacos ensillados, los primeros que habían de salir al redondel para suplir las bajas. A espaldas de ellos, los picadores entretenían la espera haciendo evolucionar sus caballos. Un encargado de las cuadras, montando una yegua asustadiza y brava, la hacía galopar por el corral para fatigarla, entregándola luego a los piqueros.