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La mezquita de Córdoba fue empezada por Abd-el-rhaman, por aquel ilustre vástago de la familia de los Ommyadas á quien pareció haber salvado la Providencia del furor de los Abassydas para que viniera á cortar las discordias que ensangrentaban el suelo de la patria.

Córdoba creció todos los dias mas y mas ya con la afluencia de árabes asiáticos, enemigos de los Abassydas, que deseaban acogerse bajo la sombra de sus antiguos reyes, ya con la de árabes españoles rechazados por la temible espada de los príncipes cristianos, ya con la de africanos enemigos de la paz que traspasaban el Estrecho aterrados por las luchas que ensangrentaban sin tregua el suelo de su patria, ya con la de hombres á quienes el amor al arte y á las letras traía á respirar el aire de esta universidad y este palacio, impregnado todo de ciencia y de poesía: no bastó la mezquita para tanta poblacion, y se hizo una necesidad absoluta el ensancharla.

La ceja se convertía en un casquete, luego en un hemisferio, después en un arco árabe estrangulado por abajo, hasta que al fin se despegaba de la masa líquida lo mismo que una bomba, derramando fulgores de incendio. Las nubes cenicientas se ensangrentaban, los peñascos de la costa empezaban á brillar como espejos de cobre. Se extinguían por la parte de tierra las últimas estrellas.

Pero las manos, que fray Luis tenía escondidas en las mangas de su hábito, estaban crispadas, y sus uñas se ensangrentaban en sus brazos. Y no contestó á la reina, porque estaba retando con su espíritu; porque estaba pidiendo á Dios alejase de él la tentación.

Volaron en torno de su cara los flácidos rabos de la cabellera y un aullido estridente hizo temblar a todos. ¡Aaay! ¡Que se ha muerto mi niña! ¡Mi palomica blanca! ¡Mi rosita de Abril!... Y sus alaridos, en los que vibraba la exuberancia aparatosa del dolor oriental, acompañábalos de arañazos que ensangrentaban las arrugas de su rostro.

Cuando oyó al ex presidiario abrir la puerta de su cuarto, supo ahogar su voz y reprimir la risa nerviosa que sacudía su viejo cuerpo desde la cabeza a los pies. Para descender la escalera en seguimiento de su guía, se quitó los zapatos e hizo todo el camino descalzo, entre los guijarros y las espinas que ensangrentaban sus pies a cada paso.