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Los periódicos ministeriales sacaron a la luz de la publicidad todos los trapillos del Gobierno caído, y hubo especial empeño en hablar de los cuatro títulos de nobleza y las dos grandes cruces consabidas, y en trastear particularmente a don Simón, como a novillo bravo. Con estas tendencias del nuevo Ministerio, el papel del empréstito bajó hasta la mitad de su valor.

El presupuesto de nuestro país es un grande empréstito, perpetuamente abierto. El francés dice: ¡Atesoremos, atesoremos! Una de estas mañanas estallará una revolución que hará caer el cinco por ciento a cincuenta o sesenta francos, y entonces compraré. Puesto que las revoluciones son inevitables, procuremos al menos sacar algún provecho de ellas.

La noticia de que era portador cayó en el vacío; la escopeta de don Bernardino marró el tiro lastimosamente. ¡A buen puerto iba con sus historias de empréstitos, sabidas de memoria y olvidadas de puro sabidas! Que se hacía el empréstito; perfectamente, ¿y qué? ¿quién beneficiaba de él? ¿el país? ¿el comercio? ¡Quite usted allá, señor don Bernardino! Muchos se encogían de hombros.

Tiempo hacía que Juan Pablo tenía un proyecto de conversión de su deuda flotante, proyecto vasto, para cuyo éxito necesitaba el concurso de la casa Rostchild, por otro nombre, su tía. Respecto a la necesidad del empréstito, no cabía la menor duda; era cuestión de vida o muerte.

Á Enrique IV propuso al mismo tiempo negociarle en Génova un empréstito de 2.000.000 con tal que destinara de la suma 40.000 libras mensuales á una invasión por el reino de Aragón . En carta al Conde de Essex decía que, animado el Rey con el buen resultado de la jornada de Cádiz, era probable que se atreviera á tentar algo por ese lado y por el de Milán.

Podía ir comprando papel a medida que le fueran remitiendo fondos; pero ¿y si se cubría el empréstito el primer día? ¡Adiós título nobiliario entonces!... No le quedaba otro remedio que hacer dinero a todo trance; y lo más sencillo le pareció girar a cargo de su casa las cantidades, y a las fechas marcadas por su apoderado, y negociar las letras en la Bolsa. Y así lo hizo.

La tercera carta era del ministro, el cual le participaba, en confianza, que el empréstito estaba a punto de abrirse. El caso era de apuro para don Simón.

Y no colocándose todo, ¿cómo había de saber el Gobierno quién merecía los títulos de nobleza y las grandes cruces? Pero ¡bueno estaba el Ministerio para pensar en tales fruslerías! Al desastre del empréstito había seguido otro no menos grave para los Ministros.

Se trata respondió el Ministro, hablando muy bajo y mirando alrededor, como si temiera ser oído de repartir entre los seis citados suscriptores cuatro títulos nobiliarios y dos grandes cruces.... Y ésta es otra de las razones que yo he tenido, por encargo de mis colegas, y aun de S.M., para hablar a usted antes que a nadie; pues nos consta que el empréstito va a tener muchos golosos, y nosotros deseamos que sus ventajas recaigan en hombres tan dignos de ellas como usted.

Con el periódico de la tarde, enrollado como un canuto, dábase golpecitos don Pablo en las piernas, mientras comunicaba a su hermana las noticias que traía; primero, las del diario: que el Gobierno va a hacer esto o lo otro, que el oro está a tantos, que el empréstito no cuaja, que el ministro tal se va...