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Así acaso podrías más tarde, con habilidad y prudencia, convertir a la religión cristiana a los que fuesen súbditos tuyos y crear el reino del Preste Juan, que tal vez no existió nunca sino en la fantasía de los europeos, o renovarle con mayor esplendor y gloria, dado que existiese en el centro del Asia antes de que Temugin le destruyera, como sienten algunos autores.

La audaz empresa de Colón y la venida de los españoles habían retardado este florecimiento y aun puesto en peligro de que se secara o se destruyera la planta en que había de darse.

Pues bien podía usted sacarnos del apuro inventando un cañón que destruyera de un disparo la escuadra inglesa. ¡Oh! contestó Malespina . En eso estoy pensando, y creo que podré realizar mi pensamiento.

También me movió á partir hallarme con casi 15.000 hombres de guerra en el reino de Sicilia y sin dineros para pagallos, de que tocaba una buena parte al Visorrey de Nápoles, pues si se despidieran sin pagas, se habían de alojar á discreción y fuera darles en prenda el reino, y esto es cosa tan nueva y recia para Sicilia, demás de la escabrosidad de la gente, que, certísimo, sucedieran grandes desórdenes y alborotos, como ya en tiempo de mis predecesores en este cargo acaesció diversas veces, especialmente cuando el motín de randazo, pues siendo tanto menos gente, fué desorden tan notable, que tal pudiera suceder de invernar tanta más y de diversas naciones, sino que en lugar de conquistar se destruyera la casa propia, como ya lo consideró D. Hugo de Moncada cuando tuvo alojados 15.000 españoles en la Fariñana, isla despoblada, aunque no se hizo de manera que Marsala no lo sienta hasta agora.

El primero, nos ha dado una buena série de observaciones sobre Tiahuanaco, pero disponiendo de reducidos elementos de consulta, ignorando los otros grandes vestigios de viejas sociedades de los valles centrales ó de la costa del Perú y los esparcidos en la República Argentina, con la única base de sus observaciones en la meseta del Lago Titicaca, se concretó á la descripcion de lo que había esplorado, considerando á esas ruinas como vestigios del arte aimará, anteriores á la dominacion incásica, dinastía que empieza, segun D'Orbigny, con la fundacion del Cuzco por Manco-Capac, salido del Titicaca en el siglo XI. Incurrió con esto, siguiendo á Garcilaso, en la creencia errónea de la modernidad de la dinastía, sin detenerse á pensar que es imposible que naciones como la Quichúa y la Aimará, que profesaban el culto de la tradicion, olvidaran tan pronto el esplendor de una civilizacion como la del Titicaca y sus inmediaciones, que debía todavía existir en la época de la aparicion de Manco-Capac, porque un legislador como éste no brota del desierto, ni que tal civilizacion se destruyera tan rápidamente que sus vestigios fueran considerados como antiguallas de tiempo desconocido por los mismos indígenas, al llegar los Españoles.

Y en este caso, ¿cómo impedir que aquella gentileza de Venus púdica, o mejor dicho, aquella realizada idealidad de virgen cristiana, atrajera sobre todas las voracidades de los hombres descorazonados y todos los venenos de las mujeres envidiosas, y que fuera esta lepra inficionando poco a poco a la inocente? ¿Cómo evitar, cuando menos, que con el continuado roce con tantas y tan diversas intenciones se destruyera el artificio y quedaran de manifiesto a los ojos de Luz las negras realidades que la marquesa le escondía hasta dentro de su misma casa?

Y así mismo, por boca del profeta Samuel, mandole decir a Saúl que destruyera a los Amalecitas, sin perdonar hombres, ni mujeres, ni niños aunque fuesen de leche, a fin de no dejar rastro ninguno de ellos ni de sus haciendas. Nosotros debemos también, como un acto expiatorio, descepar de cuajo de nuestro suelo esta planta ponzoñosa.