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La Granadina no es andaluza de profesión. Quiero significar con esto que la Granadina, aunque posee todos los encantos especiales de las andaluzas, su imaginación, su donaire y su belleza no es, ni nunca pretende ser, el consagrado prototipo de la raza bética; no es, ni siquiera entre la gente ordinaria, la jacarandosa macarena pintada en el forro de los calañeses y sobre las cajas de pasas de Málaga; no es, ni de ello presume, la estereotipada heroína de las saladísimas piezas de Sanz Pérez; no es, en fin, la mujer andaluza, tal como la tienen metida en la cabeza los extranjeros; tal como se la dieron á entender la Nena y la Petra Cámara, y tal como ellos van á admirarla allende Despeñaperros, á riesgo y hasta con ansia de que salgan á robarlos los Grandes de España de primera clase que, según es sabido, despluman, trabuco en mano, á los periodistas franceses que pasean sus tesoros por España!!!

Después de las puertas del Sol y del Osario, halló la de Carmona, una de las más bellas del recinto, de donde arranca, en línea paralela con el acueducto que provee de agua a Sevilla, el camino real que atraviesa toda la Península en su longitud, brincando como una cabra, por las asperezas de Despeñaperros.

D. Francisco, temo que hagan un desatino, si no les asisto con mis luces, porque los militares son tan legos en esto de tratados... Yo traigo un proyectillo, mediante el cual la Rusia ocupará Despeñaperros, España pasará a guarnecer las orillas del Don y de la Moscowa, y Prusia...

Les digo a ustedes que tropa más escogida que aquélla no la capitanearon los famosos caballistas José María y Diego Corrientes. ¿Va usted ya de marcha? le pregunté. ; dispusieron que fuera alguna fuerza de paisanos a guardar el paso de Despeñaperros, y yo solicité esa comisión, que me agrada mucho. Allá voy con mi gente. ¿Quieres venir? ¿Has estado en casa de Rumblar? De allá vengo.

Me han puesto al frente de este pelotón de buenos muchachos; ¿quieres venirte con nosotros? Diciendo esto, señaló a los esclarecidos varones que le seguían, los cuales, o yo me engaño mucho, o eran la flor y nata de Ibros, Sierra de Cazorla y Despeñaperros, todos gente de ligerísimas piernas y manos. Dile las gracias por el ofrecimiento, y seguí mi camino.

Quedaba, no obstante, en los desfiladeros de Despeñaperros bastante gente para detener todos o la mayor parte de los correos, y en varios puntos, apostadas las mujeres o los chiquillos en lo escabroso de aquellas angosturas, avisaban la proximidad del convoy para que luego cayeran sobre él los hombres.

Necesito, además, explicar por qué causas emprendí mi viaje a Andalucía entre mayo y junio; y si de buenas a primeras me presentara camino de Despeñaperros en compañía del desconocido Santorcaz, ustedes no acertarían a explicarse ni los móviles de jornada tan peligrosa, ni mi repentino acomodamiento con aquel hombre singular.

En vano me hacéis señas; excitándome a hablar; en vano fingen conocer mentirosos hechos, para que yo les cuente los verídicos. ¿A qué conduce el anticipar la relación de lo que no es de este lugar? A los impacientes les diré que nada ocurrió hasta que llegamos al desfiladero de Despeñaperros.

¡Ah, Cervantes!... ¡Ya! exclamó D. Nemesio abriendo mucho los ojos para expresar que no era insensible a este nombre. Y luego, encarándose conmigo, me preguntó con interés: Cervantes era un hombre muy despejado, ¿verdad? No, señor respondí bruscamente, echándome a dormir y tapándome con la manta. Comenzó a clarear el día en Despeñaperros.