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Los jardines botánicos, el museo nacional, la cúspide del Pão d'Assucar, la cima del Corcovado, Tijuca y el delicioso suburbio de Petropolis, en un valle entre las colinas hacia el norte, todos merecen atención. La segunda ciudad de importancia es São Paulo, con una población de 400,000 habitantes, situada a una elevación de 2,500 pies, como a 40 millas del mar, y cuyo puerto es Santos.

Había en ella algo o mucho de aquellas damas mexicanas, chapadas a la antigua, piadosas sin gazmoñería, caritativas sin parecer sensibleras, y en las cuales no podemos pensar sin imaginárnoslas vestidas de negro y veladas con rica y aristocrática mantilla. En doña Gabriela sólo una cosa merecía censura: su bondadosa tolerancia para con el pobre niño corcovado.

Ella, siempre me llamaba «el encanijado». Yo sonreía sin escandalizarme. «El encanijado» era efectivamente el nombre que me daban en casa, por ser delgado, entrar en todas partes con el pie derecho, asustarme de los ratones, tener en la cabecera de mi cama una estampa de Nuestra Señora de los Dolores, que perteneció a mi madre, y andar un tanto corcovado.

Los paseos del Acueducto, y del Corcovado, son muy pintorescos, en especial el último, que termina en la cresta de una alta montaña inclinada, de donde toma el nombre. Puede subirse á caballo hasta la misma cima, desde la que se alcanza un asombroso golpe de vista: el mar inmenso, las pintorescas montañas y la ciudad, se ofrecen en majestuoso conjunto al observador.

Todo eso nos lo contó el P. Solís, allá en casa, una noche, a la hora de la cena. ¿No es cierto, Gabriela? Y también dijo que a él le gustaría mucho que el señor se casara con Linilla.... ¡Vaya... con la señorita Angelina! Rieron todos de la indiscreción del corcovado. Gabriela me miró, y pasándome un plato murmuró a mi oído: No haga usted caso, señor; este niño es así.... ¡Le miman tanto!

Pero ya vamos bien; ¿no es eso? Y pronto estará muy guapo y muy alegre.... El niño contestó con una sonrisa, dejándome admirar la hermosura de sus ojos negros, muy brillantes y expresivos. Mientras Gabriela me servía, observé al chico. Era corcovado y tenía color de cadáver. Causóme dolorosa impresión la figura de aquel pobre niño enfermizo y lisiado.

, era desgraciadamente corcovado, por lo mucho que doblé el espinazo, retrocediendo asustado delante de los señores profesores, o inclinando la frente ante jefes y directores generales.