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MARINO. Veo que esta noche estás expansivo. ¿Me permites que te haga vanas preguntas? PROCLO. Haz las que se te antojen. Si me es lícito, contestaré. MARINO. Pues con tu venia: ¿qué nos trae aquí desde el fondo del Asia, donde estabas estudiando los más oscuros ritos y misterios del Oriente, y desentrañando su oculto sentido? ¿Es capricho de tu alma o mandato de un numen?

Al día siguiente, cuando volvió el carcelero con el almuerzo, cuando don Juan le habló, el carcelero le respondió con gran respeto: Se me ha prohibido terminantemente hablar con vuesa merced una sola palabra; estas que le digo son imprudentes, porque las paredes escuchan. No me pregunte vuesa merced más, porque no le contestaré.

Si queréis saber lo que ha pasado en la corte en los dos años que habéis estado guardado, preguntadme derechamente, y yo contestaré en derechura. Sobre todo, sirvámonos el uno al otro. Consiento. Y empiezo. ¿En qué consiste que esa gentecilla no haya hecho sombra del padre Aliaga? En que el rey, es más rosario que cetro. ¿Y cree un santo á fray Luis?

¡Ah! ¡qué buena es usted en haberme comprendido! ¿Me permite tener esperanza, verdad? Le contestaré a usted a eso en París, cuando nos volvamos a ver. ¡Qué largo va a parecerme el tiempo!... ¿Se queja? Entonces si le diera mi despedida hoy ¿qué diría usted? Tiene razón, es usted muy delicada; no tengo el derecho de acriminarla.

El mundo olvida pronto esas cosas. Al que tiene dinero no se le pregunta nunca si ha comido la sopa boba. Figúrate , en Arcachón nadie nos conocerá, ni a ellos ni a nosotros... No es que yo quiera ir. Al contrario. Le contestaré dándole las gracias...

De lo contrario, si averigua que le desobedecí y puse la planta en las tierras de Clinton, no escapo sin una encerrona atroz y lo menos una semana de rueca y tapicería. Si el barón me interroga no le contestaré. ¡Cómo! Pero es que tendréis que contestarle. Y asegurarle lo que os he dicho, ó lo pasaré muy mal.

Yo le debía esa carta desde Sevilla; pero como en Peleches se va el tiempo por la posta... ¡Qué cabeza la mía!... En fin, ya no tiene remedio: le contestaré aquí de palabra; y... ¡quién sabe si así saldremos ganando los dos? ¿No es verdad, papá?

¿Quién es este Juan Montalvo? dirán no pocos de los que vayan á leerme. Pues bien, les contestaré: Juan Montalvo fué natural de una de las Repúblicas que en la América del Sur nacieron de nuestras colonias.

Sus brazos y sus piernas, así como sus manos y sus pies, eran de una longitud aristocrática. Finalmente, tenía la estatura de un granadero y la apostura de un príncipe. Si preguntáis por qué un hombre así había podido caer en las manos de la señora Chermidy, os contestaré que la dama era más atractiva y más hábil que Dulcinea del Toboso.

Escuche sin interrumpirme, como hacen las jóvenes que asisten á mi cátedra. Al final me expondrá sus dudas, si es que las tiene, y yo le contestaré. Después de este preámbulo, el profesor empezó su lección. Usted sabe, gentleman, quién fué el primer Hombre-Montaña que visitó este país. Hasta creo que el tal gigante dejó escrito un relato de su viaje, y usted debe haberlo leído, indudablemente.