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Su adoración, su entusiasmo por la lengua y la literatura de Castilla, corren parejas con el conocimiento que de ellas tiene, cuya extensión no pondero, pero cuya intensidad es incomparable. Nadie con más fervor ni con más tino que Montalvo elogia, en mi sentir, la lengua castellana y las obras maestras que en esta lengua se han escrito.

El sargento Manuel Montalvo, de las ametralladoras hacía funcionar, en unión del soldado Martínez una de aquellas temibles máquinas, que tantas bajas produjeron á los rebeldes.

¿Quién es este Juan Montalvo? dirán no pocos de los que vayan á leerme. Pues bien, les contestaré: Juan Montalvo fué natural de una de las Repúblicas que en la América del Sur nacieron de nuestras colonias.

Sería una falta, que jamás nos perdonaríamos, si no hiciésemos mención de los sargentos Pérez y Montalvo y los cabos Díaz y López del escuadrón "F" de la Guardia Rural; y á los también cabos del escuadrón "L" Martínez y Pérez, que tan heróicamente se comportaron en esta acción.

Genio Montalvo; genio José Martí. El primero con una sombra: el arcaísmo; el segundo, sin sombras y sin manchas. La estulticia de las muchedumbres, el espíritu fácil al aplauso de nuestra raza, la lisonja desmesurada de los gacetilleros, el coro vacuo y frívolo de las mediocridades, han hecho aparecer en ocasiones como lumbreras a seres que apenas han tocado los primeros peldaños de la gloria.

En las obras principales y mejores de Montalvo se advierte la mencionada cualidad. Enamorado del modelo, le imita y anhela superarle, pero respetándole y amándole siempre.

Para ellos no había conserje, cargos ni títulos dignos de su consideración, y pasaban por en medio del mismísimo claustro de profesores, sin ocurrírseles llevar la mano á la visera por vía de saludo. Sólo temían y respetaban, y hasta querían, á su propio catedrático, el que ya no existe, don Fernando Montalvo.

Nada mejor pensado, ni mejor escrito, ni más entusiasta á par que juicioso, ni más esmaltado de sentencias metafísicas, estéticas y morales, puede, en mi sentir, escribirse en elogio del príncipe de nuestros ingenios, Miguel de Cervantes Saavedra, á quien coloca Montalvo entre los mayores que ha habido en el mundo, y á cuyo Quijote sólo pone por cima la Biblia y la Iliada.

Juan Montalvo encabeza su obra postuma con una elocuentísima introducción.

Cuando esta cualidad va acompañada, como en Montalvo, de grandísimo respeto hacia los bien entendidos y mejor sentidos modelos, la cualidad es simpática y llega á producir obras de mérito.