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Actualizado: 26 de octubre de 2025
Otras tenían los pisos en declive, y en todas ellas oíase hasta el respirar de los vecinos. En algunas se veían mezquinos arcos de fábrica para sostener el entramado de las escaleras, y abundaba tanto el yeso en la construcción como escaseaban el hierro y la madera. Eran comunes las puertas de cuarterones, los baldosines polvorosos, los cerrojos imposibles de manejar y las vidrieras emplomadas.
El piso temblaba como si pasara un carro. Nazaria llegó a una mesa y cogió un objeto voluminoso que encima de ella había. ¿Qué era aquello? Era una urna de madera y cristal, alta de tres cuartas. Dentro de ella había una virgen de los Dolores, y encima un toro de yeso, dos toreros, un niño Jesús, una enormísima moña.
»La veo ponerse más blanca que el yeso que cubre la pared y su voz murmura en mi oído: »¡Nada me preguntes, en nombre del Cielo, nada me preguntes! »Y una angustia nace en mí; quizás la perderé mañana como la he conquistado hoy. »Olga le digo, si eres tan inconstante en tus resoluciones, quién me responderá de que... »Me interrumpo, pues la expresión de su rostro me impone silencio.
«Siéntese usted... murmuró acercando un sillón . ¿Quiere usted que le traiga un vaso de agua?». Isidora no decía nada. Sus ojos, aterrados, se clavaron en el busto de yeso.
Cualquier supersticioso habría visto en tan insignificante suceso augurio adverso o quizás favorable; pero Salvador sacudió del hombro el yeso y siguió adelante sin contestar a D. Felicísimo, que en la puerta de su cuarto decía: ¿Qué es eso?... ¿se ha hecho usted daño?... ¿se cae la casa?... ¡luz, luz! «El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey!».
Desde que se ponía el pie en el portal se observaba el espíritu religioso, la economía y la limpieza que reinaban en aquella casa. Los muebles de la antesala eran feos y antiguos, pero brillaban por el frote de la bayeta y el cepillo. En uno de los ángulos había un pedestal con una Purísima de yeso, pintada. Los pasillos amplísimos y enjalbegados como los de un convento.
Demasiado sabe usted que la tiene ganada. Carlota gozaba tranquilamente del triunfo de su marido, aunque sin comprender bien por qué la gente daba tal importancia a aquellos muñecos de yeso. D.ª Carolina estaba igualmente asombrada de que se hablase de dinero tratándose de estatuas.
Catalina había vuelto a tomar su primera actitud; pero sus mejillas, que un momento antes estaban inertes como una máscara de yeso, se estremecían convulsivamente, y su mirada parecía cubrirse con el velo del ensueño. Todos prestaban gran atención; hubiérase dicho que sus vidas pendían de los labios de la anciana.
Pero al fin Ana se vio sola en el comedor, cerca de aquella chimenea de campana, churrigueresca, exuberante de relieves de yeso, pintada con colores de lagarto; la chimenea, al amor de cuya lumbre leyera en otros días tantos folletines la señorita doña Anunciación Ozores, que en paz descansa. Ahora no había allí fuego; la hornilla, descubierta, era un agujero de tristeza.
El salón estaba ahora empapelado de azul y oro a cuadros; la gran chimenea churrigueresca se había conservado con sus ondulantes sirenas de abultado seno de yeso. Don Víctor se contentó con pintar de un blanco gris discreto, como él decía, todas aquellas cornisas, volutas, acantos, escocias y hojarasca. A los postres, el amo de la casa se quedó pensativo.
Palabra del Dia
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