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Actualizado: 26 de octubre de 2025
Al sacudirse, no sin comentar con algunas frases aquel rudimentario blanqueo de las paredes, hubo de tropezar con una de las vigas que sostenían la casa y pareció que toda la frágil fábrica se estremecía y que del techo caían pedazos de yeso, como si por entre las maderas superiores corriesen a paso de carga belicosos ejércitos de ratones.
A espuertas podría ganar el dinero, pero los versos le atraen más que los pleitos. Ulises entraba en su despacho con emoción. Sobre las filas de libros multicolores y dorados que cubrían las paredes veía unas cabezotas de yeso, con frentes de torre y ojos huecos que parecían contemplar la nada inmensa. El niño repetía sus nombres como un pedazo de santoral, desde Homero á Víctor Hugo.
Las paredes, recubiertas de yeso, dejan ver la descarnada piedra a la manera de un pobre andrajoso que enseña las carnes a través de su vestido hecho trizas. En uno de los ángulos se halla un viejo clavicordio sobre el que hay papeles de música: es el Adiós del pueblo, composición de Juan Jacobo Rousseau.
Bellísimos adornos, también de yeso, guarnecían los vanos de puertas y ventanas: los primeros en forma de arrabáa, haciéndose extensivos á las enjutas, en cuyos centros lucían escudos familiares ó áureas con cabezas de damas y guerreros, mientras que en las segundas aparecen adornadas en forma de marco.
Soltaba un rugido la trompetería al terminar su fórmula el escribano; apoyaba sus puños el barbero en el pecho del neófito, tiraban de él los negros, y caía de espaldas en la piscina con un chapoteo que salpicaba a larga distancia. Desaparecía en el líquido turbio cubierto de vedijas de yeso.
En la Puerta Herculana, el guardián del pequeño museo dejó que Ferragut examinase en paz los vaciados de los cadáveres seculares: varios pompeyanos de yeso en la actitud del terror en que los había sorprendido la muerte. No abandonó la silla para molestarle con sus explicaciones; apenas levantó los ojos del diario que tenía delante.
Seguros los grandes de que tarde o temprano se fijaría el Rey en otra parte, hacían, en vez de casas, enormes pabellones o tiendas de campaña, empleando en vez de lienzo y tablas el ladrillo y el yeso.
De pronto, la puerta se sacudió con estrépito, y oyose en el corredor una voz desesperada que comenzó a gritar: ¡A mí! ¡A mí! ¡Socorro! ¡Soy muerto! El canónigo saltó del asiento, descorrió el cerrojo y abrió. Era un lacayo. El infeliz, con el semblante blanco como el yeso, sin soltar de sus manos una silla de montar, cubierta de terciopelo azul, fue a arrojarse a los pies de su señor.
Al oír esto, Fortunata tuvo un retroceso en su salvaje idea, y cogiendo al chiquillo, que empezaba a rezongar, se lo llevó al seno. La madre lloraba, el chico también, y el gran Ido apareció otra vez en la puerta sin decir nada, contemplando a marido y mujer con miradas semejantes a las de las estatuas de yeso o mármol, pues parecía no tener niñas en los ojos.
Dábale yo la enhorabuena por su nuevo nombre, asegurándole que el nombre de Mármol venía de perlas después del de A. Polo, porque un APolo de mármol valía más que un APolo de yeso; tomándolo él a sátira, se puso tan furioso que me amenazó con escribir una sátira contra los humos de los nobles. Le pregunté si la sátira a los nobles se extendería a las ídem.
Palabra del Dia
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