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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Toma esta llave, entra en mi recámara, y abre el armario; en uno de sus tableros hay un cofre pequeño muy pesado, tráetelo. ¡Oh, y sin perder un minuto, traeré también á vuecencia equipaje! Bien, escucha: pon algunos trajes de corte; es posible que sin descansar me plante en París. ¿Y va á ir vuecencia solo? Enteramente solo; pero ve, mi buen Díaz, ve que estamos perdiendo el tiempo.
Era un sacerdote, un hijo de Ignacio de Loyola, el que había pronunciado tan consoladoras palabras. El conde de Chinchón se inclinó ante el jesuíta. Este continuó: Quiero ver a la virreina, tenga vuecencia fe, y Dios hará el resto. El virrey condujo al sacerdote al lecho de la moribunda.
¡El confesor del rey! ¡La reina apela al hierro! ¡Oh! ¡oh! la lucha es encarnizada... y bien, será preciso obrar de una manera decidida... No digáis es necesario obrar... decidme obrad, y obro. Estas cartas son ya insuficientes... vuecencia no puede pedirme que me pierda al perder á la reina... la reina lo arrostra todo... imitémosla.
Sí, sí, señora condesa; está vacía porque las tapias son bajas, y una educanda que vivió en ella se escapó descolgándose por el balcón y saltando las tapias. Esto fué un escándalo que nadie sabe, que hemos guardado todas... pero yo lo digo á vuecencia en confianza. Gracias, amiga mía. ¿Conque las tapias son bajas y el balcón bajo?
Sí... sí... sé que en palacio han mediado cosas graves. Pero sabréis también, señor, y si no lo sabe vuecencia yo lo puedo probar, que en tres días no he parecido por las cocinas, y que soy inocente. ¡Inocente! ¿Luego era verdad? ¿Luego se ha cometido un crimen? Señor... ¡yo no he dicho eso! Será preciso para que habléis que yo me encierre con vos en la inquisición. Y el duque se levantó.
Recibo de rodillas su bendición y se la pido de nuevo. Dios guarde la vida de vuecencia ilustrísima como yo deseo. Humilde hija y criada da vuecencia ilustrísima. Misericordia, abadesa de la comunidad de las Descalzas Reales de la villa y corte de Madrid.»
Desea hablar con el señor duque. Este, iluminado repentinamente por una idea, dijo: Que pase. El cochero que entró era el mismo que le había conducido desde casa de Calderón a la de su querida. Salabert le miró con ansiedad. ¿Qué traes? Esto, señor duque, que sin duda debe de ser de vuecencia dijo presentándole la cartera perdida.
Yo no pretendo asustarle, sino persuadirle de que tiene ya dueño lo que vuecencia pretende poseer por un liviano capricho o por antojo de un momento. No quiero yo replicó don Andrés con insolencia privar al dueño de su propiedad.
Ahora yo suplico a vuecencia que me deje y no me persiga, y que no me ofenda proponiéndome lo que no puede ser. Y si vuecencia no se retrae de seguirme por mí respeto, porque yo se lo suplico con humildad, retráigase por el temor de ofender a personas que le son queridas. Yo no temo que esas personas se ofendan. Pues yo sí lo temo.
Y como don Rodrigo Calderón ayudaba á los unos y á los otros, á vuecencia contra la reina... ¡Montiño! Vuecencia me ha mandado decir la verdad. Seguid.
Palabra del Dia
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