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Actualizado: 19 de julio de 2025
Al cabo de una calle de naranjos y limones, ví un palenque inmenso rodeado de gradas cubiertas de preciosos texidos. Baxo un soberbio dosel estaban el rey, la reyna, los infantes y las infantas. Enfrente de la augusta familia habia un trono todavía mas alto. Dixe, volviéndome á uno de mis compañeros de viage: Como no esté aquel trono reservado para Dios, no sé para quien pueda ser.
A la noche siguiente, antes de las nueve, mientras Reginaldo y yo estábamos tomando el café y conversando en nuestro confortable comedorcito de la calle Great Russell, Glave, nuestro sirviente llamó a la puerta, entró y me entregó una tarjeta. Salté de mi asiento, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Esto sí que es gracioso, viejo grité, volviéndome a mi amigo.
Ya no era una montaña nevada la que yo creia asir, ya no era un dilatado llano, sin nubes como sin vegetacion activa.... Todo era aquí distinto. Volviéndome hácia el lado de La-Paz aun vela las áridas montañas y ese cielo siempre puro, característico de las elevadas planicies.
¡Dispense, dieciséis! repliqué, volviéndome a medias hacia él. Por otra parte, si me vuelves a echar en cara mi juventud, ¡se acabó nuestra camaradería! ¡En nombre del Cielo! dijo él riéndose. Y continuamos nuestra carrera sin decir palabra.
Así hubiera sucedido indudablemente, pero en aquel instante resonó un grito a nuestras espaldas y volviéndome vi a un jinete que acababa de dejar la avenida y galopaba por el sendero, revólver en mano. Era Federico Tarlein, mi fiel amigo. Ruperto lo reconoció también, y comprendió que había perdido la partida.
¿Qué tiene usted que pedirle a ese birlocho y a esa jaca sobre todo? me dijo echándome a la cara una interjección expresiva y una bocanada de humo de un maldito cigarro de dos cuartos. Después de semejante entrada nada quedaba que hablar. Veale usted despacio le contesté, sin embargo. Pues no hay otro siguió diciendo; y volviéndome la espalda: ¡A París por gangas! añadió.
Si no puedo callar... si callara, todo lo que pienso, todo lo que siento y lo que veo aquí dentro de mi cerebro me atormentaría más.... ¡Y quieres tú que duerma!... ¡Dormir! Si te tengo aquí dentro, Florentina, dándome vueltas en el cerebro y volviéndome loco.... Padezco y gozo lo que no se puede decir, porque no hay palabras para decirlo.
Volviéndome y revolviéndome en mi lecho pasé dos o tres horas. ¡Odio, odio terrible, deseos insaciables de venganza, que era preciso satisfacer!... Las pasiones más horrendas se agitaban en mi alma; las tinieblas del mal se agrupaban en torno mío, y al entornar los ojos percibía yo fulgores rojizos, relámpagos de sangre.
ABIND. A tu servicio, y que fuera Muerto, aquí vida tuviera, Mi cielo hermoso y sereno. JARIFA. ¿Cómo has pasado mi ausencia? ABIND. Como sin ti, mi Jarifa; Que es donde batalla y rifa El seso con la paciencia. No me han faltado recelos, Miedos y desconfianzas. JARIFA. ¿Miedos de qué? ABIND. De mudanzas, Hijas de olvidos y celos. Pero volviéndome a ti Todo quedaba seguro. Tú, ¿estás buena?
Después, volviéndome a Mabel, que había permanecido callada, temblando y pálida, por temor de que nos fuéramos a las manos, añadí: Póngase su saco y sombrero en el acto, porque se debe volver a Londres, conmigo. ¡No lo hará! gritó, sin ceder. Si mis maldiciones y juramentos consiguen irritarla, los tendrá gruesos y en abundancia.
Palabra del Dia
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